
Bibliotecas y jardines, de primeras, parecen diferentes pero pueden guardar un mismo deseo: organizar, racionalizar, responder al caos del mundo que nos rodea. ¿Qué los diferencia? ¿Qué los asemeja? ¿Cuáles han sido sus relaciones a lo largo de la historia? Y, sobre todo, ¿cuales podrÃan ser en el futuro desde la perspectiva de una biblioteca pública?
Floriane de Rivaz, bajo la dirección del gran bibliotecario Michel Melot, lo investigó en su tesis para Conservador de Bibliotecas, en Francia.
Bibliotecas / jardines, la relación es antigua y fecunda. Lo primero que surge al evocar el binomio biblioteca y jardÃn es una frase de una carta entre dos romanos: de Cicerón a Varrón (que tiempos antes habÃa sido nombrado por Julio César como director de las primeras bibliotecas públicas de Roma, "públicas" no en el sentido actual sino de no privadas).
Cicerón le escribe:
"Si hortum in biblioteca habes, deerit nihil".
Que se ha traducido desde una mayor o menor proximidad fÃsica:
Si cerca de la biblioteca tienes un jardÃn ya no te faltará nada.
Si tienes un jardÃn y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas.
Si tienes una biblioteca junto a un huerto nada necesitas.
Cicerón no expresaba a lo loco su deseo. Marco Terencio Varrón, importante polÃtico, militar y escritor de más de 500 obras -sólo conocemos los tÃtulos de 55 y sólo una De res rustica (De las cosas del campo) se conserva completa-, debÃa de tener una villa señorial, con biblioteca, con jardÃn, salas de recreo, pórticos y ambientes academia, gymnasium, lyceum, y amigos que la frecuentaban.

SÃ, biblioteca y jardÃn son diferentes, muy diferentes: la biblioteca, cerrada y protegida, donde se conservan objetos inanimados; el jardÃn, abierto al cielo, cultiva seres vivos. Pueden ser diferentes, muy diferentes, pero cohabitan desde los primeros tiempos. Prendamos nuestro pantalla craneal y veremos desfilar los jardines de la Biblioteca de AlejandrÃa, sabios griegos en túnica por bibliotecas con patios de plantas mediterráneas; monjes leyendo en claustros (la parte mejor iluminada del penumbroso monasterio medieval) donde se cultivan los vegetales que se van a comer, plantas medicinales y flores que han de embellecer los altares.
SÃ, biblioteca y jardÃn son diferentes, muy diferentes: la biblioteca, cerrada y protegida, donde se conservan objetos inanimados; el jardÃn, abierto al cielo, cultiva seres vivos. Pueden ser diferentes, muy diferentes, pero cohabitan desde los primeros tiempos.
El pensamiento humanista considera la creación, ya sin mayúscula, no sólo algo dado por Dios sino como obra forjada por el hombre: la obra literaria o artÃstica, los libros al igual que los jardines, son de factura humana y, como tal, no se busca representar en el jardÃn la perfección del ParaÃso sino que se contenta con el "jardÃn imperfecto" pero propio.
Al igual que la biblioteca monástica, la biblioteca humanista se retira del mundo para mejor acceder a él, pero ya no se abre únicamente sobre el mundo espiritual, sobre la vida celeste, sino también sobre el mundo humano, sobre la vida terrestre.
Esta ventana al mundo que es la biblioteca humanista debe abrirse al jardÃn. Una biblioteca iluminada hasta el último rincón, aireada, con vistas al horizonte o a un jardÃn. Una visión humanista de las bibliotecas, que se separa del mundo no por rechazo sino para mejor contemplarlo. Si la biblioteca de Montaigne es un lugar de vida y creación, lo es también porque es propicia a la ensoñación; la vida intelectual requiere del paseo: "En mi vivienda me recojo con mayor frecuencia, en mi biblioteca, donde, teniéndolo todo a la mira, doy órdenes a mis gentes. Me coloco a la entrada y veo por bajo mi jardÃn, el patio, el corral asà como a la mayor parte de las personas de mi casa. Allà hojeo unas veces un libro, otras otro, sin orden ni designio, al desgaire: unas veces fantaseo, otras registro y otras dicto paseándome lo que aquà ven. (...) Todo lugar retirado requiere un paseo; mis pensamientos duermen cuando los siento; mi espÃritu no va solo como al ser agitado por las piernas".
En el romanticismo los parques, los nuevos parques urbanos, invitan al paseo literario, los lugares del jardÃn son ocasiones para la lectura. La ordenación de las plantas todavÃa no está sometida a la dictadura de la clasificación sino que cotejan en función de otros o ningún criterio. Como una biblioteca que no se atuviera a los sistemas de clasificación imperantes y se organizara de otra manera, quizá buscando promover la serendipia entre los que pasean por sus estantes.

Pero irrumpen los jardines botánicos a finales del siglo XVIII fruto de una nueva pasión, propia de la Ilustración: clasificar. Es el momento en que el jardÃn comienza a transformarse en biblioteca. Biblioteca de plantas.
Esa pasión por inventariar metódicamente y clasificar alcanza en el siglo XIX a todo: la botánica, la mineralogÃa, la zoologÃa, la pintura, la escultura, el grabado y la arquitectura, la biblioteca, el manuscrito...
En el ámbito de la biblioteca es en 1876 cuando el bibliotecario estadounidense Melvin Dewey publica su Clasificación decimal, todavÃa hoy, casi 150 años después, utilizada en la inmensa mayorÃa de bibliotecas. Veinte años después, e inspirados en el trabajo de Dewey, los juristas bruselenses Paul Otlet y Henri La Fontaine, procupados por estandarizar los métodos en materia bibliográfica, crean la Oficina (más tarde, Instituto) Internacional de BibliografÃa con la misión de reunir el conjunto del conocimiento humano por la constitución del Repertorio bibliográfico universal. Durante veinte años, dÃa a dÃa, el Instituto redacta, indiza y clasifica fichas bibliográficas. Es la obra de personas que comparten el mismo ideal internacionalista y en ese sentido defienden la difusión del conocimiento, el uso del esperanto y la normalización de las herramientas intelectuales.
Por el lado de los jardines, las sociedades cientÃficas de horticultura se multiplican a mediados del siglo XIX.

De las dos imágenes del saber, el árbol y el océano, es la del océano la que, con Internet, se impone. La navegación en Internet cuestiona la posibilidad de organizar el saber como un jardÃn cerrado, con un número limitado de parcelas.
Hoy en dÃa el coleccionismo persiste en aficionados a la botánica, muchas veces apoyados en el ecologismo y la voluntad de salvaguardar un patrimonio natural. En cuanto a las bibliotecas, ordenar el mundo sigue siendo su gran preocupación. Pero de las dos imágenes del saber, el árbol y el océano, es la del océano la que, con Internet, se impone. La navegación en Internet cuestiona la posibilidad de organizar el saber como un jardÃn cerrado, con un número limitado de parcelas y el bibliotecario admite con Borges que "no hay descripción del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. (...) La imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que éstos son provisorios".
Jardines públicos, bibliotecas públicas
Jardines y bibliotecas, en su carácter de espacios públicos, tienen su origen en la Ilustración. Las desamortizaciones de los bienes eclesiásticos y aristocráticos provocan la aparición de bibliotecas públicas y jardines públicos. Hasta entonces ni las bibliotecas ni los jardines tenÃan ese carácter. Es en el siglo XIX que, en las grandes ciudades, los jardines y parques públicos florecen, lugares de paseo que muchas veces acogen manifestaciones culturales, como las exposiciones universales.
En lo que respecta a la biblioteca pública, su actual concepción como lugar polÃtico, lugar democrático de instrucción e inserción en la sociedad, tiene sus raÃces en los discursos revolucionarios pronunciados en torno a 1789, la Revolución Francesa: "Se les encontrará en las bibliotecas, en los museos, en las vitrinas, en las colecciones sobre los que la República tiene los derechos. (...) Nunca un tan grande espectáculo se ofreció a las naciones. Todos esos objetos preciosos que se mantenÃan lejos del pueblo, o que se le mostraba para infundir asombro o respeto, todas esas riquezas le pertenecen".
Este origen semejante de jardines y bibliotecas públicas provoca también otros desarrollos en paralelo. Es el caso de los jardines obreros (o asociativos, o compartidos, o "de inclusión"), con parcelas individuales o no, que permiten un anclaje en un lugar para personas que serÃan fácilmente excluidas, y que pueden servir como complemento para la alimentación de una familia prestándoles un trozo de tierra en medio del territorio urbano: un lugar social y un lugar individual. Semejante serÃa la idea de la biblioteca pública concebida para favorecer el rencuentro y lo colectivo, pero que permite usos personalizados. O dicho en palabras del gran escritor Jean Giono: "El campo de olivos es como una biblioteca donde uno va a olvidar la vida o a comprenderla mejor".
En este siglo XXI la gran consigna de bibliotecas y jardines es la diversidad: biológica o cultural, el hecho es tratar de resistir a la uniformización de las especies y culturas y de proteger ecosistemas. Jardines y bibliotecas como lugares de resistencia a la pérdida de diversidad.
Las relaciones entre bibliotecas y jardines invita a reflexionar en diversas facetas de la biblioteca. En su aspecto patrimonial: en el carácter provisional, finalmente, de toda conservación. La biblioteca no es eterna. En la cuestión de la mediación, es decir, en el paso del mundo exterior al mundo interior que es la biblioteca. El jardÃn también plantea, a la biblioteca, la cuestión del lÃmite, en tiempo y espacio.

Algunas bibliotecas actuales muestran que el jardÃn puede ser un espacio pensado y utilizado como una parte integral de la biblioteca, siempre que arquitectos y bibliotecarios la conciban asÃ. En no pocos casos, en los momentos actuales, los arquitectos integran jardines y vegetación en sus proyectos: falta que los bibliotecarios desarrollen esta integración en su práctica cotidiana.
El jardÃn abre posibilidades. Pausa el ruido urbano, el jardÃn es para el urbanismo tan necesario como los silencios y la respiración en la música. El jardÃn también se ofrece a la biblioteca como lugar de relajación y disfrute, espacio para actividades colectivas, conviviales y educativas, y, a la vez, como un lugar adaptado a la lectura tranquila o solitaria. Contribuye a hacer de las bibliotecas lugares de vida social porque, finalmente, el jardÃn nos reúne.
Hasta aquà el resumen sumamente evocador del texto de Florence de Rivaz.… En ese paseo queda claro que desde la Roma imperial hasta la actualidad ha habido múltiples alianzas entre el jardÃn y la biblioteca. Alianzas que se han materializado en edificios en los que conviven acervos librescos y espacios verdes, o bien que han convertido a las plantas en parte de los acervos. Alianzas en las que los dos componentes a veces tienen una cualidad metafórica y en otras tienen materialidad.
Hoy, que tenemos bibliotecas sin libros, cuando reconocemos que una de las funciones fundamentales de la biblioteca es animar a la conversación, de uno consigo mismo, de uno con otros -contemporáneos o no- e incluso entre diferentes autores o disciplinas- también podemos trazar otras genealogÃas. Por ejemplo, podemos evocar al JardÃn de Epicuro, nacido en el ocaso de la Atenas clásica, a las afueras de la ciudad. Un lugar retirado del ruido, pero abierto a todos: hombres, mujeres, incluso esclavos. Un lugar que se proponÃa animar una
conversación sobre los asuntos comunes, y que reconocÃa que los asuntos comunes deben ser conversados con libertad sin restringir la entrada. Como lo son las mejores bibliotecas.
En tiempos de la pandemia, en el confinamiento, JardÃn Lac asume que la conversación, basada en la escucha de todos, sigue siendo una opción. Nos resulta claro que si hablamos de y desde un jardÃn es porque estamos reconociendo que debemos aprender a escuchar, leer, conversar, con otros seres vivos. No sólo con los humanos.
Esperamos que la historia de esta relación siga siendo fecunda. Siempre es bueno saber que provenimos de una tradición y que tenemos la oportunidad de renovarla. El verdadero lujo de las bibliotecas de Marco Terencio Varrón era abrir un espacio para la conversación en medio del ruido. Es algo que todavÃa está a nuestro alcance. 0 ¿usted que cree?
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