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Aisa Serrano

El jardín afectivo y los procesos vivos: una conversación con Erick Meyenberg

¿Puede trasladarse la actitud del jardinero —su economía— a la vida del ciudadano

en su marco ordinario?

¿Es legítimo abordar el planeta como se aborda un jardín?

Gilles Clément


Mi profesión consiste en estar siempre alerta para encontrar lo divino en la naturaleza;

conocer los lugares por los que acostumbra a merodear.

Asistir como espectador a todos los oratorios, a todas las óperas salvajes.

Henry David Thoreau



Un jardín no es sólo un lugar físico, sino también simbólico y afectivo. Tiene la capacidad de trasladarnos, ya sea a recuerdos, a espacios de ensoñación o a un sitio donde podemos sentirnos libres. Pareciera que en ellos coexisten varias dimensiones, los invitamos a pensar dos: la dimensión poética y la política. Por un lado, los jardines nos inspiran poéticamente en el sentido más original de la palabra griega póiesis, que significa creación. Tienden puentes con la belleza y dejan ver la relación del ser humano con la naturaleza, que muchas veces se basa en el poder y el dominio, a través de acciones y lenguajes colonizantes y extractivistas; paradójicamente olvidando que formamos parte de ese todo que llamamos naturaleza.

El jardín es un paisaje afectivo relevante en la vida y obra del artista visual Erick Meyenberg (Ciudad de México, 1980), quien desde su infancia ha desarrollado el gusto por observar las formas y colores de la naturaleza, reconocer las plantas y sus semillas, hacer excursiones en entornos naturales y cultivar un jardín en sus espacios domésticos y de trabajo. “Los jardines son como música, una sinfonía que se va componiendo en el tiempo, que suma factores impredecibles de la naturaleza y la infinidad de sorpresas que prometen.” En A Garden is a Promise / A Garden is a Dream, su exposición en la Galería Lourdes Sosa, hace referencia a las ideas de dos de los jardineros y diseñadores del paisaje más importantes de nuestros tiempos: Piet Oudolf y Gilles Clément. La primera premisa se refiere a que los jardines no dependen de la mano del jardinero, sino del incierto acaecer de la naturaleza, por eso la idea del jardín como una promesa y un anhelo. El devenir jardín se compone como una sinfonía de la mano del tiempo, creando el escenario idóneo para que las plantas puedan actuar y hacer su arte. Por otro lado, todo jardín ha sido un sueño, ya sea para preservar las especies, las semillas o los alimentos; entonces lo más importante no es lo estético, sino como dice Clément, la “protección y la conservación de la vida”. Incluso sugiere voltear la mirada sobre aquellos espacios residuales, baldíos, aparentemente abandonados o no explotados por el ser humano, pero que aspiran a ser. Estos espacios son denominados como el “tercer paisaje” y surgen como contrapeso a la ordenación del territorio y todas sus consecuencias políticas.


Fotografía de un jardín de Gilles Clément

“El jardín en movimiento reivindica el terreno baldío como laboratorio y como espacio de libertad. El baldío es un lugar despreciado porque fue dejado al abandono, un espacio que en algún momento tuvo o pudo tener un uso y de pronto no hay nada. No es así: hay muchas cosas. Es un lugar lleno de vida; alcanza el máximo de diversidad.” Gilles Clément

La exposición reúne una serie de obras que surgieron de varias investigaciones y proyectos artísticos para construir una reflexión estética, ética y política sobre la naturaleza y el ser humano. Se exponen piezas tan diversas como unas partituras geométricas realizadas a partir de un estudio cromático de los nenúfares de Monet; fotografías de una intervención en el muro fronterizo que divide a Estados Unidos y México para cuestionar los problemas ecológicos y sociales; hasta una instalación que recrea un escenario natural de Escocia donde un hongo ha transformado el paisaje a causa de su contacto con una destilería de whiskey. Las obras de Meyenberg crean nuevos lenguajes en búsqueda de un orden en medio del caos; trabaja con medios muy diversos como pueden ser el video, el sonido, la luz, la pintura, los datos y la instalación, para debatir sobre distintas problemáticas contemporáneas. Aquí conversamos a partir de sus obras que se relacionan con los jardines y el vínculo emocional que ha cultivado a través de ellos con las personas, los espacios y otros seres vivos.


Fotografías de la exposición A Garden is a Promise / A Garden is a Dream


La obra parte de un proceso de investigación sobre la vida de Rosa Luxemburgo, una revolucionaria y pensadora socialista que luchó por los derechos humanos y la revolución desde el antimilitarismo, en Alemania durante el periodo de la primera Guerra Mundial. Rosa Luxemburgo también era una apasionada de la botánica y de la música contemporánea, que incluso logró estando presa, que le dejaran construir y cuidar un jardín en la cárcel. Todos estos datos fueron significativos para su proceso creativo. Analizó las cartas que Rosa escribió a una amiga desde la cárcel, para recopilar todas aquellas referencias en torno a los jardines, las plantas, el cambio de estaciones y su anhelo por la libertad. Las referencias se transformaron en un sistema de traducción sonora que dio origen a un video. El audio de la obra surgió del lenguaje de la correspondencia de las cartas, y la imagen de fragmentos de video del Tiergarten en Berlín, el último lugar que Rosa Luxemburgo pudo ver en vida antes de ser arrojada al canal Landwehr, tras ser traicionada por su propio partido. La obra es una suerte de homenaje a este extraordinario personaje histórico y muestra una rítmica azarosa pero a la vez controlada por un código específico que expresa la diversidad de tonalidades y contrastes a partir del tejido emocional y anímico de la revolucionaria en sus últimos meses de vida.


“Los jardines, a su vez, abren una posibilidad de juego y de entendimiento de la forma, el color, la composición y el ritmo de la vida.” Erick Meyenberg

Este proyecto se llevó a cabo a lo largo de varios años, al ritmo de las plantas, del cambio de las estaciones y del transcurrir de la vida. Dentro del HaudenschildGarage se comisionó un proyecto para un jardín privado en la residencia de la coleccionista Eloisa Haudenschild en La Jolla, California. Proceso que derivó en la documentación de los saberes y métodos del diseñador del paisaje Chris Shea, en torno a su profunda relación con las plantas y el cuidado del jardín de Eloisa. En medio de este encuentro pasaron muchas cosas, entre ellas, que Chris fue diagnosticado con una enfermedad terminal, por lo que sus fotos y bitácoras de trabajo se convirtieron en un manual de cuidado del jardín, para ayudar a Eloisa en el futuro a mantener vivo este espacio natural.

La participación de Erick en el proyecto no fue directamente sobre el jardín, sino a través de Chris, con quien entabló un vínculo creativo/afectivo, que con los años se convirtió en una amistad que cobijó conversaciones diversas no sólo sobre los jardines, sino también sobre la vida, la muerte, la confianza, la fragilidad, las relaciones, los cuidados, entre otros temas.


<< “No creo”, dijo C. El tiempo pasa “y sabes qué, está bien tocar a las plantas porque te das cuenta de que no se ofenden.”(…) C. era un hombre increíblemente táctil, y eran sus manos las que tomaban verdadera acción en la conversación. Me di cuenta de que tenía un lenguaje corporal particular cuando se acercaba las plantas, danzando entre las formas, las texturas y los tamaños a través del jardín.>> Shea en conversación con Meyenberg[1].

La materialización de este proceso vivo tomó la forma de una partitura cromática, en la que las 80 especies del jardín se tradujeron en un código de franjas de color que sustituyeron las fotografías de las plantas y construyeron una serie de pinturas abstractas y geométricas que a lo largo de 45 pinturas en gouache se transforman de manera rítmica y dinámica, para referir el paso del tiempo y de las estaciones. También se desarrolló en palabras de la curadora Ruth Estevez, “un video multicanal con imágenes y sonido para acompañar las palabras de Shea, así como sus pisadas en el jardín. Una partitura performada que describe la historia de un espacio vivo, a partir de la objetividad de los colores. La obra en video fue colocada posteriormente en el jardín de Eloisa Haudenschild durante un solo día, confundiéndose con el propio paisaje.”[2]


El paisaje de este proyecto no es tal cual un jardín, sino un paisaje geopolítico de mayor complejidad, como lo es la frontera entre México y Estados Unidos. El proyecto se inspiró en el artículo Nature divided, scientists united, que habla sobre las especies de flora y fauna presentes en el hábitat fronterizo y cómo el muro ha acelerado su proceso de extinción. La obra consiste en un mural de 300x5m pintados directamente sobre el muro fronterizo, en la ciudad de Tecate, Baja California; así como también una videoinstalación multicanal. La intervención sobre el muro surgió de la traducción al color de las 1,500 especies que se han vulnerado en el hábitat binacional de la frontera, causando diversos estragos como la erosión del suelo, la degradación de los suministros de agua y alimentación, entre otros problemas, que han afectado profundamente en la supervivencia de las especies. La crítica apunta a la construcción de un muro que afecta a todas las especies, humanas y no humanas. Estéticamente, la intervención crea un juego y un ritmo cromático que a ciertas horas del día genera efectos ópticos similares al resplandor o a la mímesis, a pesar de los colores brillantes en un paisaje desértico y desolador, acompañado de una gran carga simbólica. El título hace alusión a una de las frases que utiliza Gustav Mahler para hacer La canción de la Tierra (Das Lied von der Erde), como una metáfora de la despedida y la desaparición.



“Pensar éticamente el problema ético es ya, de principio, recuperar para los hombres que vendrán un universo y un lenguaje donde el otro, esa alteridad que nos conforma como sujetos, no sea el enemigo, sino aquel que acogemos en su diferencia. Porque es ésta la única condición de existencia que nos permite sobrevivir al individualismo y a la negación de los otros, que claramente se proyecta como el final último de los tiempos. Sólo salvando lo que [Umberto] Eco llama el derecho a la corporalidad, en consecuencia, el derecho a la diferencia, no acabaremos devorando a la madre Naturaleza y sucumbiendo, a fin de cuentas, junto con ella.” Esther Cohen, en el prólogo de ¿En qué creen los que no Creen? Umberto Eco y Carlo Maria Matini, 1997.

Como sabemos, el lenguaje crea mundos y hemos engendrado un léxico y un universo cargado de significados culturales y políticos que trasladamos al medio natural, pensemos por ejemplo en las hierbas “malas” y las hierbas “invasoras” para llamar a esas plantas migrantes o visitantes de nuestros jardines. Otro ejemplo es la planta “mala madre” (Chlorophytum comosum) cuyo nombre estigmatiza e incluso discrimina. En inglés está la llamada tumbleweed, ese cardo nómada y viajero que rueda por la fuerza del viento para dispersar sus semillas, típico de los climas secos y semidesérticos. ¿Podemos relacionarnos de otras formas con la naturaleza sin instrumentalización o explotación? ¿Podemos intervenir en los paisajes vivos sin control? ¿Pueden estas acciones de pequeña escala resonar y transformar otras escalas de mayor tamaño? ¿Qué nos enseñan los jardines de la vida misma?


La obra de Erick Meyenberg nos invita a conversar sobre el lado político y ético de los jardines en la contemporaneidad a través de las relaciones humanas, así como a construir un posicionamiento distinto con cualquier ser vivo, desde el tejido afectivo y emocional. Desde su perspectiva, los jardines pueden ayudarnos a tomar consciencia del tiempo de la naturaleza y desarrollar un profundo respeto por la vida. “Te enseñan a ser paciente, a saber esperar, a sorprenderte, a estar consciente de los cambios, de la incertidumbre y, en definitiva, de la belleza. Pero, también, de la profunda interacción y convivencia, la interconectividad que implica la esencia de la naturaleza. Tener un jardín es un fractal del orden del mundo. Observar un jardín es tener la posibilidad de percibir el orden cósmico en una escala humana”.

 

[1]Shea en conversación con Meyenberg, en Estevez, R. (2019). Erick Meyenberg: Even When Fall Is Here. Los Angeles: haudenschildGarage | DoppelHouse Press, p.107 [2] Idem, p.95



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