Aun en las ciudades consideradas más inhóspitas, ocupadas hasta el último centímetro con cemento, la naturaleza está presente. Muchas son las especies de plantas y animales que nos acompañan sin darnos cuenta.
Paulatinamente, los hemos dejado sin espacio y nos hemos desconectado de su presencia. Sólo es preciso darle un poco de espacio a la naturaleza y lo tomará sin guardar resentimientos. Pero más que el espacio vacío, lo que realmente escasea, es nuestra atención. La curiosidad, la capacidad de escuchar y conversar con los otros habitantes del planeta. ¿Qué puede pasar si nos proponemos dedicar unos minutos a la búsqueda, a la observación y al descubrimiento?
Lo que realmente escasea, es nuestra atención. La curiosidad, la capacidad de escuchar y conversar con los otros habitantes del planeta. ¿Qué puede pasar si nos proponemos dedicar unos minutos a la búsqueda, a la observación y al descubrimiento?
Este pequeño compromiso de tiempo, generalmente es recompensado con lo que ha sido llamado “el espectáculo más grande sobre la Tierra”: la diversidad y belleza de la naturaleza y del creciente deseo de conocerla y disfrutarla.
Hace un par de años empezamos a sembrar algunas plantas en la jardinera de la azotea, en el corazón de San Juan Mixcoac, barrio antiguo en la Ciudad de México, donde vivió un tiempo el laureado escritor Octavio Paz. No es un jardín gigantesco, pero sí un espacio al aire libre en donde hemos cultivado pequeñas plantas con flores atractivas como salvia cordón de San Francisco, mirto coral, hierba del cigarro, cinco negritos, algodoncillo tropical, flor de la Pasión, dalias, margaritas, clavel de moro, entre otras. Seleccionamos estas especies, por sus vistosas flores que atraen a colibríes, abejas, abejorros y otros polinizadores.
Algunas especies han llegado espontáneamente y las hemos mantenido, a pesar de las recomendaciones de eliminarlas, para conocer su desarrollo. Varias de estas voluntarias nos han dado sorpresas. En un rincón de la jardinera apareció una planta que creció lentamente hasta alcanzar más de tres metros y produjo unas delicadas flores de color violeta que han saciado el hambre de los colibríes. Ahora sabemos que se conoce como romerillo y es otra especie de mirto o salvia. Un tepozán espontáneo que ahora tiene aproximadamente un metro de altura, se convirtió en el hogar de una pareja de escarabajos pulga, de brillantes colores negro y rojo, que seguramente de esta forma advierten de su toxicidad a los depredadores. Esta fiel pareja ya tiene dos meses en continua luna de miel, perforando las grandes hojas del tepozán de las que se alimentan cuando no están ocupados. Los vamos a extrañar cuando se vayan. Ojalá nos dejen algunos nietos. De haber eliminado a las plantas voluntarias nos hubiéramos perdido de algunas experiencias. Por supuesto que no todas las plantas han sobrevivido, pero a pesar de nuestra torpeza varias lo han hecho y se ha ido entretejiendo una singular comunidad de vecinos que nos sorprenden día a día.
Entre las aves que visitan el jardín algunas lo hacen atraídas directamente por el néctar de las flores y otras por un bebedero para colibríes que se mece con el viento. Entre ellas, el territorial colibrí berilo, el más abundante en la Ciudad de México, siempre atento a su competidor el colibrí pico ancho. Con menor frecuencia nos visita el sutil picochueco vientre canela robándose el néctar de las flores sin polinizarlas.
Otras especies nos alegran con sus distintivos cantos desde los altos fresnos que nos rodean, como el melódico pinzón mexicano, el gorrión cantor y los elegantes mirlos, el dorso canela y la primavera. Algunos vecinos alados realmente nos han sorprendido por su atractivo plumaje, como la fugaz piranga capucha roja (de hábitos migratorios) y la calandria de flancos negros, endémica de México. Esta última es difícil de observar ya que pasa la
mayor parte del tiempo en las copas de los árboles. Su canto “tipo ametralladora” es poco atractivo pero delatador. Hemos aprendido que es muy cuidadosa en colocar sus nidos en la punta de las ramas más delgadas, fuera del alcance de las depredadoras ardillas que no solamente se alimentan de brotes, semillas y bellotas, sino de huevos y pollos de aves cuando están a su alcance. Los omnipresentes gorriones europeos, que llegaron primero a Estados Unidos y de ahí se han dispersado por todo el continente, y las apacibles tortolitas cola larga se han acostumbrado a vivir lado a lado con los humanos. Por el contrario, nos resultan sumamente sorprendentes y emocionantes los avistamientos de la ocasional aguililla rojinegra, muchas veces confundida con águilas, y del veloz halcón peregrino, terror de las palomas asiáticas.
Cientos de especies de aves habitan la Ciudad de México, muchas de ellas pasan desapercibidas por nuestra falta de atención, pero con un poco de paciencia podemos aprender a reconocerlas y aun identificarlas por sus características.
Cientos de especies de aves habitan la Ciudad de México, muchas de ellas pasan desapercibidas por nuestra falta de atención, pero con un poco de paciencia podemos aprender a reconocerlas y aun identificarlas por sus características.
Hay otros avecindados alados más pequeños que han ido llegando y que ahora son parte de nuestra comunidad. Ellos requieren más paciencia y observaciones cautelosas, pero la recompensa es enorme. Al principio, llegaron muchas abejas y pensamos que podría ser peligroso, pero a la fecha no hemos intercambiado piquetes. Cada día vienen a alimentarse dos o tres abejas melíferas europeas y algún simpático abejorro carpintero, minúsculas abejas del sudor con brillantes colores metálicos y las veloces abejas cortadoras de hojas.
Siempre están presentes varias especies de mosquitas, como las moscas de alas pintadas, las de bronce, las carroñeras, y las de las flores. Estas vecinas fueron una de las razones principales para iniciar el jardín: contribuir con un pequeño oasis para polinizadores, quienes han sido drásticamente afectados globalmente y a quienes les debemos una buena porción de nuestros alimentos.
Entre nuestros vecinos favoritos se encuentran las delicadas mariposas, y sorprendentemente visitan la azotea varias especies. La abundante llamadora o xochiquetzal papalotl, con su patrón amarillo con rayas negras y su elegante vuelo, pone sus huevecillos en las hojas de los altos fresnos. Con la flor de la pasión hemos atraído a dos bellas mariposas de color naranja con negro: la pasionaria de alas largas y la pasionaria mexicana. Ahora reconocemos y distinguimos a sus diminutos huevecillos y a sus insaciables orugas.
De vez en cuando revolotean saltarinas de cola larga, azufres sin nubes, blancas de la col y una que otra cometa quexquemetl, o la distinguida cometa de medias lunas rojas. Una favorita es la delicada mariposa sedosa verde que ronda las conchitas buscando donde poner sus minúsculos huevecillos.
En fin, podría continuar describiendo a otras doscientas especies de plantas y animales que forman parte de nuestro vecindario y biblioteca en la azotea: cochinillas, chinches, catarinas, pulgones, escarabajos de tierra, tijerillas, arañas saltarinas, entre muchos otros. Esta compleja comunidad que se ha ido entrelazando en la azotea, cambia todos los días. Algunos prefieren las mañanas, otros las tardes y por la noche escuchamos el sedante canto de los grillos.
El jardín en la azotea, por pequeño que sea, está contribuyendo con su principal
objetivo, proporcionar alimento a los polinizadores: abejas, abejorros, mariposas, colibríes. Pero su presencia va mucho más allá. Como consecuencia de plantar, de dejar crecer, de permitir la espontaneidad de la vida, propiciamos las condiciones que revitalizan a una compleja y maravillosa comunidad de seres vivos aun en las difíciles condiciones del inhóspito hábitat en el que hemos convertido a las grandes ciudades.
Nuestra vida se ha ido entrelazando con la comunidad de la azotea. Vamos aprendiendo a observar, a escuchar, a leer y a conversar con la naturaleza. Todos los días, todas las semanas y meses hay sorpresas que nos maravillan y enriquecen. El jardín se ha convertido en una prodigiosa biblioteca, en la que hay un sólo libro, siempre abierto, siempre distinto, accesible para todos con un poco de atención, como lo había indicado Jean Jacques Rousseau, filósofo, músico y naturalista suizo (1712-1778): "Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza."
Nota: Si quieres conocer más sobre la naturaleza que te rodea visita las “Piedras de la Rosetta”: Naturalista o Enciclovida. Y sobre jardines para polinizadores.
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