El paisaje de Jerónimo Hagerman
Las esporas, unas vidas latentes invisibles, son formas de dispersión y resistencia (en palabras de biólogos) que están en el aire, nos rodean todo el tiempo y también son unos paisajes potenciales. Basta con esparcir algo de salsa de tomate sobre alguna superficie, cubrirla durante tan solo una semana con plástico, rociarla con agua y crecerán unos jardines de moho con múltiples formas y colores. Jerónimo Hagerman llevó a cabo este experimento sobre una mesa blanca ovalada con el propósito de materializar estas realidades invisibles. Parece un hecho cotidiano -moho en la comida-, sin embargo, la belleza del paisaje colorido y súbito, sus texturas y la variación de formas redondas, inevitablemente producían asombro en los visitantes. Quienes recorrían y exploraban sus valles, islas y topografías sutiles, tenían la posibilidad de experimentar con otras escalas de vida. Es algo que los niños hacen cotidianamente: pueden aventurarse y encontrar selvas, bosques o mundos aparentemente extraterrestres en algún rincón de un jardín. Esta capacidad imaginativa, por desgracia, con el paso de los años la perdemos u olvidamos.
Para el artista, cultivar el moho fue como sembrar un paisaje y después operar una inversión de escalas y dimensiones, para poder imaginarnos caminando entre estos cráteres y bosques. Imaginarnos pequeños, e incluso invisibles, como las esporas. Al mismo tiempo son paisajes reales a otra escala, pocas veces percibidos, pero dignos de ser descubiertos y explorados. Por lo mismo, Hagerman propone unas percepciones e inversiones útiles y necesarias para estos tiempos en los cuales urge una recolocación radical de lo humano dentro del mundo que le rodea; es una posibilidad de desestabilizar y disolver nuestro protagonismo, esta excesiva autoconciencia que excluye, explota u olvida otras formas de vida, tomando en cuenta únicamente nuestra propia dimensión de la existencia.
Paisaje/Landscape fue parte de la muestra “Soñando desde el sur un paisaje nórdico de verano” presentada en 2016 en RAKE Visningsrom (sala de exposición) en Trondheim, noroeste de Noruega, en la cual Hagerman, además de la pieza mencionada, incluyó otros dos proyectos de sitio específico. “Un jardín perspectivado (Capturando verano para otoño)” fue una intervención exterior con plantas de lúpulo en el techo y los muros de Rake, además de diversos sitios y cables de un puente cercano que funcionaba como una especie de vestíbulo que guiaba al público hacia la galería. Por otro lado, también en las afueras de la galería, “Camas de olor” consistía de una suerte de almohadas hechas de la plantación de hierbas aromáticas (citronela, albahaca, menta). Los visitantes podían acostarse en colchonetas sobre la tierra, colocar su cabeza entre las plantas y así, mientras los perfumes invadían sus pulmones, contemplar la inmensidad del cielo veraniego. Y finalmente, ya adentrándose a la galería, el público se encontraba de sorpresa con el paisaje de moho que de alguna forma parecía evocar los fiordos noruegos serpenteantes vistos desde lo alto. Por la disposición de la mesa, los niños tenían este paisaje espectacular a la altura de los ojos e interactuaban con él estando adentro, literalmente. Mientras, los adultos se agachaban para reducir la altura y recuperar así esa perspectiva de la infancia, lo cual quizás provocaba la apertura de su imaginación y la emoción por descubrir un paisaje totalmente nuevo.
Una vez terminado el verano se cosechó el lúpulo del "Jardín perspectivado” y junto con algunas plantas aromáticas de las Camas de olor se hizo cerveza. Para este punto del proyecto, el artista evocó un paisaje más, en esta ocasión, una referencia literaria. Se inspiró en un fragmento del libro El vino del estío de Ray Bradbury: Douglas, un niño de 10 años, trataba de recuperar los restos del verano a través de la luz en las botellas con vino de diente de león que su abuelo fermentaba. Nuevamente, unos ojos pequeños -ojos de la imaginación- que ven más allá de lo estrictamente visible, son capaces de crear mundos (paisajes, veranos) extraordinarios en los rincones más insospechados.
Finalmente, cerrando festivamente el ciclo de “Soñando desde el sur un paisaje nórdico de verano”, se bebió la cerveza en el otoño ya frío, con los recuerdos a los paisajes rojizos que las miradas de los invitados habían transitado durante el cálido verano.
Toda la obra de Jerónimo Hagerman (artista mexicano quien vive y trabaja entre Barcelona y Ciudad de México) parte de la interrogante sobre cómo se generan los vínculos emocionales entre el ser humano y el resto de la naturaleza. Su práctica artística a lo largo de más de 15 años se ha concentrado en gran medida en procesos de trabajo con la vegetación, en los cuales las plantas son reconocidas como otra dimensión de vida capaz de cuestionar los límites de la conciencia humana y ampliar nuestro panorama de la realidad. Sus intervenciones en los espacios públicos, las “invasiones” vegetales de los umbrales e interiores arquitectónicos, los paisajes y los bosques en miniatura o los jardines comunitarios, además de subrayar el valor estético de estas otras dimensiones de la vida no-humana, propician la posibilidad de desplazarnos de una visión exclusivamente antropocéntrica, reconocer nuestros límites y fragilidad, dejarnos sorprender por el cambio de escalas y miradas inusuales sobre nuestro lugar en el universo, expandir nuestra conciencia y crear nuevos puentes afectivos con el mundo que nos rodea.
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