¿Cómo comenzar un nuevo ciclo?, nos preguntamos este enero.
Y mientras rumiábamos la respuesta nos encontramos con Las canciones de los árboles. Un viaje por las conexiones de la naturaleza, una obra maravillosa a la que volvemos una y otra vez. Al repasar los subrayados, nos resultó claro que debíamos hacerlo conversando con un viejo amigo de Jardín Lac, David George Haskell.
Nos encontramos por primera vez en Un metro de bosque. Una fascinante travesía inmóvil que duró los 12 meses en los que Haskell acudió a la misma piedra a observar un metro cuadrado de bosque en Canadá.
En ese ciclo anual pájaros, insectos y otros animales migraron y retornaron, igual que los diferentes colores y texturas de las plantas. Pero Haskell no se movió y fue testigo de la manera en que la vida continuó, oculta bajo la nieve o esplendorosa en el ruidero del verano. Él observó, sintió, pensó, investigó con su aguda mirada, el oído atento, la piel y el olfato. A veces a menos de 20 grados bajo cero, en ocasiones a más de 40. Luego nos regaló una obra deslumbrante. El relato poético y científico, erudito y ligero, en el que convierte un solo metro cuadrado de bosque en una ventana para adentrarse en las maneras en la que la vida prospera en una complejísima red de relaciones de conflicto, colaboración y negociación bajo y sobre la tierra.
Luego Haskell levantó el vuelo. En lugar de doce meses en una roca propuso un itinerario global, tomando como punto de arribo y partida 12 árboles diferentes en 12 coordenadas geográficas del orbe entero.
Otro ciclo que nos adentra en una visión de la historia de la cual la historia humana es sólo un pequeño capítulo.
Muchas gracias David, por aceptar la invitación para charlar con los paseantes de nuestro jardín. Nos encantaría comenzar por preguntarte por qué titulaste a tu obra Las canciones de los árboles. ¿Qué es lo que estabas buscando?
Los griegos de la época homérica consideraban que el kleos, la fama, estaba compuesta de canciones. Las vibraciones del aire contenían la medida y el recuerdo de la vida de una persona.
Yo me he dedicado a escuchar a los árboles en busca del kleos ecológico. No he encontrado héroes ni individuos en torno a los cuales gira la historia. En cambio, los recuerdos vivos de los árboles, que se manifiestan en sus canciones, nos hablan de la comunidad de los seres vivos, de una red de relaciones. Los seres humanos también formamos parte de esa conversación, en nuestra calidad de miembros consanguíneos y encarnados.
Escuchar es por tanto oír nuestras voces y las de nuestra familia.
¿Nos quieres decir que esa individualidad de los árboles es un poco una ficción?
Exacto. Aunque los troncos presentan la apariencia de individuos separados, su vida cuestiona esta perspectiva atomística.
¿Esto se puede extender también a todos los seres vivos?
Todos -árboles, seres humanos, insectos, aves y bacterias- somos pluralidades. La vida es una red encarnada. Estás redes vivientes no son lugares de Unicidad infinitamente benevolente. Son más bien el lugar donde se negocian y resuelven las tensiones ecológicas y evolutivas entre la cooperación y el conflicto.
¿Hacia dónde derivan esas cuitas?
Estas luchas no suelen desembocar en la evolución hacia seres más fuertes y más desconectados, sino en la disolución del ser dentro de las relaciones.
Y ¿dónde quedamos los seres humanos en todo esto?
Puesto que la vida es una red, no hay una “naturaleza” o un “entorno” separado de los seres humanos. Formamos parte de la comunidad de los seres vivos compuesta de las relaciones con “otros”, de modo que la dualidad ser humano/naturaleza no se halla en el corazón de muchas propuestas filosóficas es, desde una perspectiva biológica, ilusoria. No somos viajeros desconocidos que recorren este mundo, ni tampoco somos criaturas distantes expulsadas de la naturaleza. Nuestro cuerpo y mente, nuestras Ciencias y Artes son tan naturales y salvajes como siempre.
No podemos apearnos de las canciones de la vida, esa música nos ha conformado.
¿Consideras que desde la observación de los árboles y la escucha de sus canciones podemos construir una propuesta ética?
Nuestra ética debe ser de pertenencia, un imperativo que se vuelve tanto más urgente por la variedad de maneras con que las acciones humanas desgastan, renuevan y cortan las redes biológicas en todo el mundo. Escuchar a los árboles, los grandes conectores de la naturaleza, es por tanto aprender cómo habitar evitar las relaciones que dan origen, sustancia y belleza a la vida.
¿Cómo acceder?
Nuestros depósitos de combustible están conectados con el mundo, pero nuestras mentes y cuerpos no.
Hay verdades a las que no se puede acceder sólo con el intelecto, especialmente con el intelecto que no es consciente de las variaciones ecológicas locales. Unos pocos años de escucha y trabajo colaborativo internacionales reconectarían a los responsables con la gente y los lugares.
Entendemos pues que lo que está proponiendo no es sólo una inmersión en la naturaleza, aunque la suponga.
La belleza ecológica no es un estímulo estético o la novedad sensorial. Una comprensión de los procesos de la vida subvierte a menudo esas impresiones superficiales.
La estética ecológica es esto: la capacidad de percibir belleza en la relación sostenida y encarnada en el seno de una parte concreta de la comunidad de vida.
La estética ecológica no es un retiro a una naturaleza salvaje e imaginaria en la que los seres humanos no tienen lugar, sino un paso hacia la pertenencia en todas sus dimensiones. La individualidad, la autonomía y la maestría son muy apreciadas, pero se expresan en el contexto de la relación y la comunidad.§
Así los invitamos a ustedes, queridos amigos, a iniciar un nuevo ciclo conscientes de que, como dice Haskell, toda la ecología y la evolución de la vida están impulsadas por relaciones en red, y que las redes son evolutivamente más robustas y fructíferas que los individuos.
(Pueden pasar a escuchar el sampler de cada uno de los árboles.)
Agradecemos a la editorial Turner la autorización para publicar los fragmentos de este libro.
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