Traducción de Rodrigo García-Herrera
Imagina que es el año 2050 y miramos hacia el pasado, al origen y la evolución de la pandemia de coronavirus a lo largo de las últimas tres décadas. Extrapolando de sucesos recientes, ofrecemos el siguiente escenario para esa vista desde el futuro.
Al pasar a la segunda mitad del siglo XXI, podemos finalmente entender el origen e impacto del coronavirus que azotó al mundo en 2020 desde un punto de vista evolutivo y sistémico. Hoy, en 2050, mirando atrás a los últimos 40 turbulentos años en nuestro planeta, parece obvio que la Tierra se hizo cargo de educar a la familia humana. Nuestro planeta nos enseñó la primacía de entender nuestra situación en términos de sistemas enteros, algunos ya identificados por pensadores visionarios desde la remota segunda mitad del siglo XIX. Este ensanchamiento de la conciencia humana reveló cómo funciona el planeta, su biosfera energizada por el flujo diario de fotones de nuestra estrella madre, el Sol.
Semaphore, eco-ciudad futurista diseñada por Vincent Callebaut.
Al cabo, esta conciencia expandida superó las limitaciones cognitivas, los supuestos e ideologías incorrectas que habían creado las crisis del siglo XX. Falsas teorías de progreso y desarrollo humano, medidas miopemente por precios, y métricas basadas en dinero como el PIB, culminaron en crecientes pérdidas sociales y ambientales: contaminación de aire, agua y tierra; destrucción de diversidad biológica; pérdida de servicios ecosistémicos, todo exacerbado por el calentamiento global, aumento de nivel del mar y perturbaciones climáticas masivas.
Estas políticas miopes también habían causado descomposición social, inequidad, pobreza, enfermedad mental y física, adicciones, pérdida de confianza en instituciones ⎯incluyendo medios de comunicación, academia y la ciencia misma⎯ además de pérdida de solidaridad comunitaria. Todo esto condujo a las pandemias del siglo XXI: SARS, MERS, SIDA, influenza, y el conjunto de coronavirus que surgieron en 2020.
Durante las últimas décadas del siglo XX, la humanidad había excedido la capacidad de carga de la Tierra. La familia humana había crecido a 7.6 miles de millones de personas hacia el 2020 y seguía obsesionada por el crecimiento económico, corporativo y tecnológico que había creado las crecientes crisis existenciales que amenazaban la misma supervivencia de la humanidad. Al impulsar este crecimiento excesivo con combustibles fósiles, los humanos calentaron la atmósfera al punto de que el consorcio de ciencia climática de las Naciones Unidas publicó en su reporte del 2020 que a la humanidad le quedaba sólo diez años para revertir la situación.
Ya desde el 2000 se disponía de todos los medios: teníamos el conocimiento, habíamos diseñado tecnologías renovables eficientes y sistemas económicos circulares, basados en los principios ecológicos de la naturaleza. Por entonces las sociedades patriarcales estaban perdiendo control sobre sus poblaciones femeninas, debido a las fuerzas de urbanización y educación. Las mujeres habían comenzado a tomar control de sus cuerpos, las tasas de fertilidad habían caído aún antes de que empezara el siglo XXI. La extensa rebeldía contra el estrecho modelo económico jerárquico de la globalización y sus élites masculinas condujo a la ruptura de esas trayectorias insostenibles de desarrollo impulsado por combustibles fósiles, energía nuclear, militarismo, lucro, codicia y liderazgo egocéntrico.
Hyperion, eco-barrios diseñados por Vincent Callebaut
Los presupuestos militares que descobijaban necesidades de salud y educación para el desarrollo humano gradualmente se desplazaron de tanques y portaaviones a las menos onerosas y menos violentas guerras de información. Ya al principio del siglo XXI la competencia internacional por el poder se enfocaba más en propaganda social, tecnologías de persuasión, infiltración y control de la internet. En 2020 las prioridades de la pandemia de coronavirus competían con otras víctimas en salas de emergencia de los hospitales, ya fueran heridos de bala o pacientes con otras condiciones delicadas. En 2019, un movimiento nacional de niños en Estados Unidos se había aliado con la profesión médica para denunciar la violencia armada como una crisis de salud pública. Gradualmente se ratificaron leyes estrictas de control de armas de fuego, junto con la cancelación de la participación en fondos de retiro de los fabricantes de armas, lo que paralizó a sus partidarios y, en muchos países, los gobiernos compraron las armas de fuego a sus ciudadanos y las destruyeron, como había hecho Australia en el siglo XX. Esto redujo enormemente la compra-venta global de armas, junto con leyes internacionales que requerían costosas licencias y seguros, mientras que impuestos globales reducían el despilfarro de las carreras armamentistas de siglos anteriores. Los conflictos entre las naciones ahora se resuelven en su mayor parte de manera transparente por tratados internacionales. Ahora en 2050, es raro que un conflicto involucre medios militares, desplazados por el uso de propaganda en internet, espionaje y guerra cibernética.
En el 2020 estas revueltas ya exhibían las fracturas en las sociedades humanas: desde racismo e ignorancia, teorías de conspiración, xenofobia y hacer de los “otros” un chivo expiatorio debido a diversos sesgos cognitivos: determinismo tecnológico, ceguera inducida por teorías y el malentendido tan fatal como extenso de confundir dinero con riqueza. Ahora tenemos claro que el dinero fue un invento útil: todas las monedas son simplemente protocolos sociales (prendas de confianza, físicas o virtuales), que operan sobre plataformas sociales con efectos de red; que sus precios fluctúan en la medida de que sus diferentes usuarios confían en ellas y las usan. Aún así, países y élites en todo el mundo estaban cautivadas por el dinero y los juegos del “casino de las finanzas globales”, fomentando aún más los siete pecados capitales, en vez de los valores tradicionales de cooperar, compartir, ayuda mutua y la Regla Dorada.
Por décadas, científicos y activistas ambientales habían advertido de las graves consecuencias de estas sociedades insostenibles con su sistema de valores retrógrada, pero hasta la pandemia de 2020 los lideres corporativos y políticos, junto con otras élites, obstinadamente se resistían a cambiar. Incapaces de superar esa intoxicación de lucro financiero y poder político, fueron los mismos ciudadanos quienes se enfocaron en el bienestar y supervivencia de la humanidad y la comunidad de los seres vivos.
Con el colapso de los precios de gas y petróleo, las industrias fosilizadas pelearon para retener sus exenciones de impuestos y subsidios en todos los países. Pero pudieron comprar pocos favores políticos y apoyo a sus privilegios. Hizo falta la reacción global de millones de jóvenes, comunidades de base globalistas, pueblos indígenas, que entendían los procesos sistémicos de nuestro planeta Gaia: la biosfera autorregulada y autoorganizada que por miles de millones de años había soportado toda la evolución planetaria sin interferencia de humanos de cognición limitada.
En los primeros años de nuestro siglo XXI, Gaia respondió de manera inesperada, como había hecho tantas veces durante la larga historia de la evolución. La deforestación de grandes áreas de bosque tropical, junto con las invasiones masivas a otros ecosistemas por todo el mundo habían fragmentado estos ecosistemas autorregulados y desgarrado la trama de la vida. Una de las muchas consecuencias de estas acciones destructivas fue que algunos virus que habían vivido en simbiosis con ciertas especies animales, saltaron de esas especies a otras y a humanos, para quienes fueron sumamente tóxicos o letales. Personas en muchos países y regiones, marginalizados por la estrecha globalización económica orientada al lucro, calmaban su hambre buscando carne de monte en estas áreas naturales recién expuestas, matando monos, civetas, pangolines, roedores y murciélagos como fuentes adicionales de proteína. Estas especies salvajes, portadoras de una variedad de virus, también se vendían en “mercados húmedos”, exponiendo a aún más poblaciones urbanas a estos virus nuevos.
Granja Vertical Aeropónica, diseñada por Jin Ho Kim.
Antes, en la década de 1960, por ejemplo, un raro virus saltó de una especie de mono matada como carne de monte y consumida por humanos en África Oriental. De ahí se propagó a los Estados Unidos, donde se identificó como el VIH que causó la epidemia de SIDA. A lo largo de cuatro décadas se calcula que mató a 39 millones de personas en todo el mundo, aproximadamente medio punto porcentual de la población planetaria. Cuatro décadas después, el impacto del coronavirus fue veloz y dramático. En 2020 se dijo que el virus saltó de una especie de murciélago a humanos en China, y de ahí se propagó por todo el mundo, diezmando la población de unos 50 millones en sólo una década.
Desde el punto de vista de nuestro año 2050, podemos recapitular la secuencia de estos virus: SARS, MERS, y el impacto global de las varias mutaciones del coronavirus que empezaron por el 2020. Al cabo estas pandemias se estabilizaron, en parte por la prohibición de los mercados húmedos en toda China en 2020. Estas prohibiciones se extendieron a otros países y mercados globales, eliminando el comercio de animales salvajes y reduciendo vectores, junto con mejores servicios de salud, salud preventiva y el desarrollo de medicinas y vacunas eficaces.
Las lecciones básicas para la humanidad en estos trágicos 50 años de crisis globales autoinflingidas ⎯pandemias, ciudades inundadas, incendios forestales, sequías y otros desastres climáticos cada vez más violentos⎯ fueron simples, muchas basadas en los descubrimientos de Charles Darwin y otros biólogos durante los siglos XIX y XX:
Los humanos somos una especie con muy poca variación en nuestro ADN.
Evolucionamos junto con otras especies en la biosfera planetaria a través de selección natural, respondiendo a cambios y estreses en los diferentes ambientes y hábitats.
Somos una especie global, emigramos desde el continente africano a todos los demás, compitiendo con otras especies, causando muchas extinciones.
Nuestro éxito y colonización del planeta, en este Antropoceno del siglo XXI, se debe en gran parte a nuestra capacidad de conectar, cooperar, compartir y evolucionar en poblaciones organizaciones cada vez más grandes.
La humanidad pasó de ser bandas errabundas de nómadas a establecerse en aldeas, agrícolas, pueblos y al cabo las mega-ciudades del siglo XXI, donde vivía más del 50% de nuestra población. Hasta las crisis climáticas y las pandemias en los primeros años del siglo XXI, todas las proyecciones predecían que estas mega-ciudades seguirían creciendo y que la población humana llegaría a diez mil millones para nuestros tiempos, en el 2050.
Hexagro Urban Farming, diseñado por Living Farming Tree.
Ahora sabemos por qué la población humana alcanzó su máximo con 7.6 mil millones, en el 2030, como se esperaba en los escenarios más optimistas del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, así como en Empty Planet (2019), una serie de encuestas urbanas globales realizadas por sociólogos, que documentaron la disminución de la fertilidad. Las nuevas comunidades de base globalistas, ejércitos de niños de escuela, ambientalistas globales y mujeres empoderadas se unieron a inversionistas verdes, éticos y emprendedores en mercados locales. Millones contrataron los servicios de micro-redes operadas por cooperativas, energizadas por electricidad renovable, sumándose a otras empresas cooperativas que ya en 2012 empleaban a más personas en el mundo que todas las compañías privadas con fines de lucro juntas. Abandonaron falsas medidas monetarias como el PIB, y desde 2015 para la dirección de sus sociedades adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sustentable de la ONU, con sus 17 objetivos de sostenibilidad, restauración de ecosistemas y de la salud humana.
Estos nuevos objetivos y métricas sociales se enfocaron todos en cooperar, compartir y adquirir conocimiento, formas más ricas de desarrollo humano, usando recursos renovables y maximizando la eficiencia. Esta sostenibilidad de largo plazo, equitativamente distribuida, beneficia a todos los miembros de la familia humana dentro de las tolerancias de las demás especies que habitan nuestra biosfera. Florecen la competencia y la creatividad pues las mejores ideas desplazan a las menos útiles, junto con estándares éticos basados en conocimiento científico, y conocimiento cada vez más profundo acerca de sociedades autosuficientes, y más conectadas en todos niveles desde los locales hasta los globales. Cuando azotó el coronavirus en 2020, la respuesta de la humanidad fue al principio caótica e insuficiente, pero pronto se volvió coherente e incluso dramáticamente diferente. El comercio global se encogió a sólo transportar mercancías raras, sustituido por comercio de información. En vez de enviar pasteles y galletas por todo el planeta, pasamos a enviar sus recetas, y todo tipo de recetas para preparar alimentos y bebidas basados en vegetales; y de manera local instalamos tecnologías: fuentes de energía solar, eólica, geotérmica, iluminación LED, vehículos eléctricos terrestres, marinos e incluso aéreos
Las reservas de combustible fósil permanecieron seguras bajo tierra, considerando el carbono como un recurso demasiado preciado como para quemarlo. El exceso de CO2 en la atmósfera de tanto quemar combustibles fósiles fue capturado por bacterias del suelo, plantas de raíces profundas, miles de millones de árboles plantados, y en el amplio re-balanceo de los sistemas alimentarios de la humanidad, otrora basados en agroquímicos industrializados, publicidad, y comercio global de algunos monocultivos. Esta dependencia de combustibles fósiles, pesticidas, fertilizantes, antibióticos en dietas cárnicas, estaban todos basados en las menguantes reservas de agua potable y eran insostenibles. Hoy, en el 2050, los alimentos se producen de manera local, incluyendo muchos cultivos autóctonos antes ignorados, agricultura en aguas saladas de cultivos comestibles de plantas halófitas cuyas proteínas son más saludables para la dieta humana.
El turismo masivo y los viajes en general, decrecieron radicalmente, junto con el tráfico aéreo, reduciendo el uso de combustibles fósiles. Comunidades por todo el mundo se estabilizaron en centros poblacionales pequeños o medianos, que se volvieron mayormente autosuficientes con producción local y regional de alimento y energía. El uso de combustibles fósiles desapareció virtualmente, pues ya para el 2020 no podía competir con las fuentes de energía renovable y sus tecnologías correspondientes que fueron reciclando recursos antes desperdiciados y actualizándolos para incorporarlos a las economías circulares de hoy en día.
Debido al riesgo de infección, fueron desapareciendo todo tipo de reuniones masivas, junto con maquiladoras, plazas comerciales y eventos deportivos o entretenimiento en arenas grandes. Las democracias se volvieron más cuerdas, pues los demagogos ya no podían dirigirse a miles de personas durante sus campañas. Sus promesas huecas también se frenaron en internet, pues las redes sociales dejaron de ser monopolios con fines de lucro y fueron desarticuladas cerca del 2025. Ahora en 2050 se las regula como servicios públicos en todos los países.
El casino global de los mercados financieros se colapsó. Las actividades económicas volvieron del sector financiero a bancos públicos y otras cooperativas de ahorro y crédito, que funcionan con otros sectores cooperativos de nuestros tiempos. La fabricación de productos y nuestras economías de servicios revivieron sistemas tradicionales de trueque, sistemas informales de voluntariado, monedas locales y numerosas formas de transacciones no monetarias que se habían desarrollado durante las etapas más agudas de la pandemia. Como consecuencia de la amplia des-centralización y del desarrollo de comunidades autosuficientes, nuestras economías del 2050 son regenerativas en vez de extractivas, y las brechas de pobreza e inequidad de los modelos basados en explotación y obsesión por el dinero, prácticamente han desaparecido.
Shenzhen Asian Cairn, granjas verticales diseñadas por Vincent Callebaut.
La pandemia de 2020 que colapsó mercados globales, finalmente revirtió las ideologías del fundamentalismo del mercado y del dinero. Las herramientas de los bancos centrales dejaron de funcionar, mientras que los pagos directos a familias necesitadas y otras formas de “dinero por helicóptero”, de las que Brasil fue pionero, se volvieron la única forma de mantener el poder adquisitivo para lograr transiciones económicas suaves y ordenadas a sociedades sostenibles. Esto emplazó a las autoridades de EEUU y Europa a imprimir dinero. Estas políticas de estímulo reemplazaron las “austeridades” y fueron rápidamente invertidas en infraestructura renovable en los respectivos Nuevos Planes Verdes.
Nuestros animales domésticos también se contagiaron de coronavirus, incluyendo vacas, borregos y otros rumiantes, y algunos eran portadores asintomáticos de la enfermedad. En consecuencia, la matanza y consumo de carne se redujo dramáticamente en todo el mundo. El pastoreo y las granjas-fábrica generaban casi el 15% de los gases de efecto invernadero. Las grandes corporaciones internacionales cárnicas perdieron el apoyo de inversionistas renuentes a adquirir “activos varados”, lo mismo que las compañías de combustibles fósiles. Algunas cambiaron totalmente a alimentos basados en vegetales, produciendo análogos de carne, pescado y queso. La carne de res se volvió carísima y excepcional, sólo en granjas pequeñas, operadas por familias, hay a veces una vaca para tener leche y queso, junto con huevos de sus gallinas.
Tras la disminución de la pandemia, cuando se habían ya desarrollado costosas vacunas, el viaje global se permitió sólo con los certificados de vacunación que hoy conocemos, en uso sobre todo por comerciantes y personas adineradas. La mayoría de las poblaciones del mundo prefieren los placeres de sus comunidades y de formas de comunicación virtual, junto con viajes locales en transporte público, autos eléctricos y por barco solar o de vela. Como consecuencia, ha disminuido dramáticamente la contaminación del aire en todas las grandes ciudades del mundo.
Con el desarrollo de comunidades autosuficientes, han surgido las llamadas “aldeas urbanas” en muchas ciudades, vecindarios rediseñados con estructuras de gran densidad combinadas con espacios verdes amplios y compartidos. Estas áreas representan ahorros energéticos sustanciales y son también saludables, seguras y crean ambientes comunitarios con niveles de contaminación drásticamente reducidos.
Las eco-ciudades de hoy incluyen alimentos cultivados en rascacielos con techos solares, jardines verticales y transporte público eléctrico, pues los automóviles fueron mayormente prohibidos en las calles urbanas cerca del 2030. Las calles fueron tomadas por peatones y ciclistas, comprando en tiendas locales, bazares de artesanías y tianguis de campesinos. Vehículos eléctricos solares para viajes más largos cargan y descargan sus baterías de noche para balancear la electricidad en casas donde vive una sola familia. Existen cargadores solares para vehículos eléctricos en todos lados, que reemplazan el uso de electricidad generada con combustibles fósiles de plantas obsoletas, que quebraron cerca del 2030.
Después de todos los cambios dramáticos que gozamos hoy, nos damos cuenta de que nuestras vidas son menos estresantes, más saludables y más satisfactorias. Nuestras comunidades planifican futuros a largo plazo. Para estar seguros de la sostenibilidad de nuestro sistema de vida nuevo, nos damos cuenta de que restaurar ecosistemas en todo el mundo es crucial, de modo que los virus que representan peligro para la humanidad sigan confinados otra vez en otras especies animales donde no hagan daño. Para restaurar ecosistemas por todo el mundo, el cambio global a alimentos orgánicos y regenerativos floreció, junto con alimentos y bebidas basadas en plantas y todos los ingredientes basados en algas y cultivados en aguas saladas que disfrutamos hoy día. Los miles de millones de árboles que sembramos por todo el mundo después del 2020, junto con mejoras a nuestras prácticas agrícolas, poco a poco se restauraron los ecosistemas.
Kampung Admiralty, Singapur.
Como consecuencia de todos estos cambios, el clima global finalmente se ha estabilizado, las concentraciones de CO2 de estos días han regresado a valores seguros cercanos a 350 partes por millón. El nivel del mar seguirá elevado por un siglo más, pero muchas ciudades ahora florecen en terreno más alto y más seguro. Las catástrofes climáticas son raras, aunque muchas eventualidades climáticas aún perturban nuestras vidas, lo mismo que ocurría en siglos pasados. Las múltiples crisis y pandemias, debidas a nuestra previa ignorancia de procesos planetarios y bucles de realimentación, tuvieron extensas consecuencias trágicas para comunidades e individuos. Sin embargo, como humanidad, hemos aprendido las dolorosas lecciones. Hoy, en retrospectiva desde el 2050, nos damos cuenta de que la Tierra es nuestra más sabia maestra, y sus terribles lecciones quizá salvaron de la extinción a la humanidad y a gran parte de la comunidad planetaria de seres vivos.
Fritjof Capra es físico, se dedica a promover la ecología y el pensamiento sistémico y es director fundador del Centro de Ecoliteracy en Berkeley, California. Hazel Henderson es futurista e iconoclasta económica, consultora para el desarrollo sustentable y fundadora de Ethical Markets Media.
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