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Daniel Cassany

Letrismo en la época de la covid19 (3 de 3)


Tercera y última entrega de este microensayo del profesor e investigador Daniel Cassany (Universitat Pompeu Fabra de Barcelona), que se pregunta si está cambiando la lectura y la escritura por la covid19, y, si en ese caso, los cambios han venido para quedarse.

En la primera parte Cassany se centraba en dos aspectos: en el proceso de digitalización que la pandemia ha acelerado y en la mayor codificación de los espacios: indicaciones gráficas, instrucciones... En la segunda, lo hacía sobre la crisis comunicativa de la información científica generada por la covid19 y, además, sobre la ebullición de teorías conspirativas, desinformación, deepfakes...



Letrismo en la época de la covid19


Daniel Cassany



5. Cifras

En las primeras semanas de la explosión pandémica, como mínimo en España, revisar las estadísticas diarias de infectados, hospitalizados e ingresados en las UCI era casi una ceremonia necesaria y macabra. Comparábamos las cifras actuales con las del día anterior, con la semana anterior, con los países del entorno. Saltábamos de alegría si habían bajado; nos sumíamos en una tristeza silenciosa si aumentaban o se mantenían. Observábamos las curvas estadísticas con curiosidad e inquietud, e intentábamos visualizar la ascensión, el pico, el descenso, la meseta… siguiendo las indicaciones de los comentaristas especializados.


Las cifras apuntaban un número absoluto de casos y otro relativo según la población de cada país o región. Comparábamos así los datos entre países vecinos, regiones amigas o ciudades en las que viven familiares y conocidos. Aprendimos conceptos más técnicos como el índice de infección del virus o el ritmo reproductivo básico (que es conveniente que sea inferior a uno), y posteriormente el riesgo de rebrote, a lo largo de la segunda fase de la pandemia.


Pronto llegaron las dudas respecto a la fiabilidad de esas cifras. Una noticia afirmaba que en Francia no se contabilizaban las defunciones en residencias; otra que en Alemania no sumaban todas las cifras, porque algunas regiones no daban datos en la misma fecha; se avisaba que en España se contabilizaban casos por la sintomatología, sin test fehaciente –porque no había suficientes reactivos para practicarlos–. Luego supimos que las diferentes comunidades autónomas españolas no utilizaban los mismos criterios de conteo. Supimos también que los tests de detección (el popular PCR) no son 100% fiables, que un resultado negativo puede dar positivo unos días después, que un enfermo ya curado puede tardar más o menos días en dar de nuevo negativo, pero que algunos pueden seguir dando positivo pese a considerarse ‘clínicamente’ curados…


Los especialistas también reflexionaron sobre las dificultades de establecer comparaciones entre países que, más allá de la población total, pueden tener pirámides de edad diferentes, con ciudades más o menos densas, con prácticas socioculturales que favorecen o perjudican el contacto personal y la expansión del virus. También descubrimos que los propios especialistas no se ponen de acuerdo y que, como si se tratara del debate político posterior a unas elecciones, cada orador defendía una postura afín a sus intereses con aquellos datos, entre todos los disponibles, que le resultaban más favorables. Y en un mar de cifras insondable siempre se puede hallar unos dígitos que son convenientes...


Meses después del inicio de la pandemia, el océano de datos es abrumador (ver a modo de ejemplo eldiario.es). Los periódicos tradicionales han convertido la sección “coronavirus” en auténticos “papers” especializados. Aparecen ante nuestros ojos varios tipos de gráficos interactivos, de curvas, pasteles, barras o círculos, que mezclan cifras, palabras (para las categorías) y colores y formas que actúan como categorizadores. No basta con observarlos con atención: hay que situar el cursor encima de determinados puntos de la pantalla, para que el gráfico abra los datos específicos que buscamos o dibuje una progresión determinada.


Se necesitan conocimientos especializados de estadística para valorar a esas cifras con sus magnitudes, pero también de epidemiología para dar sentido real a cada valor, para distinguir el grano de la paja. Y si no nos gustan, pues siempre queda la duda razonable de si la recolección de datos se realizó de modo riguroso y sistemático o si tiene muchos errores –de modo que las cifras no responden a la realidad.


Pues no. Esos dígitos de origen árabe que veneramos como verdades no siempre aportan la precisión que se les supone, porque tienen características y problemas parecidos a las letras… De hecho, las cifras no dejan de ser escritura… aunque sean más universales y tengan valores más estables.



¡Menudo fiasco! ¡Qué decepción! ¿No estábamos convencidos de que las cifras eran totalmente fiables? ¿No creíamos en la confiabilidad de las matemáticas? Pues no. Esos dígitos de origen árabe que veneramos como verdades no siempre aportan la precisión que se les supone, porque tienen características y problemas parecidos a las letras… De hecho, las cifras no dejan de ser escritura… aunque sean más universales y tengan valores más estables.


Recordemos que la ciudadanía padece todavía más de anumerismo (ignorancia alrededor de las cifras) que de analfabetismo: todavía tenemos menos formación en cultura matemática que en capacidad de leer y escribir letras.



Tampoco es algo nuevo. Ya sabíamos que las cifras también “engañan”. Pueden ser más fiables que las palabras, usadas de modo riguroso, pero también se prestan a la manipulación perversa e implacable, en manos de autores desalmados. Recordemos que la ciudadanía padece todavía más de anumerismo (ignorancia alrededor de las cifras) que de analfabetismo: todavía tenemos menos formación en cultura matemática que en capacidad de leer y escribir letras. Por ello, la manipulación con cifras puede resultar todavía más temible que la de las letras. Seríamos ingenuos si nos creyéramos las cifras sin suspicacia ni análisis crítico, solo por el hecho de ser números.


Algunas cifras, obtenidas con métodos precisos y fiables para atender a determinados objetivos de investigación, pueden resultar reveladoras, del mismo modo que unas palabras recogidas de manera oportuna, contextualizadas debidamente, también ofrecen conocimiento valioso. Pero la idea de que las cifras son más concluyentes que las palabras carece de fundamento, como demuestra también la pandemia de la covid19.





Epílogo

Episodios letrados recientes, relacionados con la covid19, en la calle, en los medios, con letras y cifras, con varios sistemas multimodales, con información y opinión, muestran que la lectura y la escritura siguen cambiando al ritmo que evolucionan las comunidades y sus usuarios. Sin duda esta pandemia terrible también afecta a nuestras prácticas lectoras y escritoras. Más allá de la geografía y los tiempos, hallamos ciertos patrones comunes de cambio:


  • Hoy leemos más que ayer, también para informarnos sobre la pandemia y sus consecuencias largas e impredecibles. Quizás no sean las novelas de nuestros autores favoritos ni escritos tan sutiles o emocionantes como los poemas escritos por nuestros conocidos durante el confinamiento. Quizás no sea una lectura placentera o reflexiva, tranquila y sosegada… Pero también es lectura, con sus urgencias y necesidades. Aunque lo que leemos no sea bello ni placentero, también necesitamos una perspectiva crítica, para poder comprender lo relevante en un contexto tan incierto y devastador como el actual. La lectura y la escritura sigue siendo, más que nunca, una herramienta de lucha contra la pandemia para el día a día.


  • La necesidad urgente de información y la sobreabundancia de oferta, en los múltiples formatos, incrementan sin duda la infoxicación, la intoxicación por información no fiable. La desinformación ha crecido también con la pandemia, generando más bulos, mentiras, exageraciones y recomendaciones médicas sin fundamento y explorando nuevas maneras de propagarse y de alcanzar a más audiencia. Hoy dedicamos más tiempo que nunca a asegurarnos que cada noticia que leemos en las redes sociales o cada afirmación que nos llega con un meme tiene o no fundamento.


  • Sin pedirlo nos hemos topado con más entornos multimodales. Leemos no solo letras y escritos sino cifras complejas, gráficos de colores y formas relevantes, en artefactos complejos e interactivos, que exigen un rol más activo del lector. Conocíamos los términos profesionales de “minería de datos” (elaborar contenido significativo a partir de los datos masivos generados por la comunidad digitalizada) y “visualización de datos” (presentar este contenido de manera multimodal, para comprenderlo sin esfuerzo de manera rápida), pero no disponemos de términos (ni conceptos) para referirnos a las mismas actividades receptivas, realizadas por toda la ciudadanía sin formación específica al respecto. En este sentido, esta pandemia nos ha puesto súbitamente en contacto con muchos sistemas novedosos de presentación de datos masivos, sin instrucciones de uso ni Preguntas Más Frecuentes… Resulta lógico que nos sintamos apesadumbrados y agotados mentalmente, porque se requiere más esfuerzo cognitivo para obtener la misma cantidad de significado. Quizás estemos mucho tiempo aferrados a una pantalla, sin movernos de la silla, pero después de la lectura acabamos cansadísimos.


  • También descubrimos cierta convergencia entre las prácticas letradas de las diferentes latitudes del planeta. La llegada de un mismo virus activa la búsqueda de soluciones efectivas que se replican aquí y allá con rapidez y pocas adaptaciones. Una app desarrollada en Corea del Sur está a punto de utilizarse en Europa o América para informar a la ciudadanía de contagios y zonas de riesgo. Los mejores discursos divulgativos sobre el virus, sus formas de contagio o las medidas preventivas se viralizan en las redes, se traducen a muchas lenguas y acaban teniendo millones de lectores improvisados. (Pensemos en la explicación científica de la canciller alemana Angela Merkel para los ciudadanos, explicando porqué era relevante que el índice de contagio del virus estuviera por debajo del 1; muchos comentaristas han mencionado este discurso como el único, entre los políticos, que trataba a su audiencia como adultos.)


  • Hoy leer es más complejo que nunca. Muchos piensan al revés porque confunden acceder a los textos con procesarlos y comprenderlos. En efecto, nunca habíamos tenido tantos textos a nuestra disposición, a unos pocos clics. Pero entenderlos y darles sentido para nuestra vida, no es tarea fácil ni automática. La propia diversidad de textos (de procedencia lejana, de contextos desconocidos, de autores anónimos) hace más difícil la actividad de comprender. En las actuales circunstancias, con esta crisis sanitaria, económica y social, todavía resulta más complejo.


En definitiva, la pandemia también ha cambiado nuestra manera de leer y escribir, aquí y allá del océano, la frontera y la ciudad. Lamentablemente no nos afecta del mismo modo a todos. Los ciudadanos más vulnerables, con menos competencia letrada, van a tener más dificultades que los acomodados, con más capacidades. Comprender es necesario para el día a día y, con este virus, se vuelve mucho más difícil que nunca. El virus, la enfermedad, la pandemia y las respuestas de los gobiernos y de la población generan discurso cada día, cada hora. Con menos competencia lectora y menos conocimiento de la cultura letrada, resulta más difícil entender lo que está pasando y tenemos menos posibilidades de actuar de la manera más apropiada. Esperemos que la educación no ceda ante esta situación y que pueda ofrecer respuestas formativas a los más necesitados.




Les invitamos a opinar y dialogar con estos textos de Daniel Cassany. Aportemos desde distintos contextos a las preguntas aquí planteadas, que incumben a toda la ciudadanía. Mantengamos una conversación.




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