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Manos a la obra, aquí nadie sobra. Un laboratorio colaborativo en la biblioteca

Daniel Goldin



El encuentro acontece una tarde del mes de septiembre en la Biblioteca Pública Gabriel García Márquez, en Bogotá. Hemos sido invitados al Labco… un espacio al que los bibliotecarios y usuarios de esa gran Biblioteca tienen especial cariño. Es, sin duda, un lugar muy diferente de lo que uno asocia con las bibliotecas: aquí desde luego hay libros, pero muy pocos, y arrinconados. El espacio se parece más a un galpón multiusos que puede ser transformado con facilidad. 

Hay mesas y muebles de uso rudo y rueditas en las patas. En las paredes,  hay estantes con toda clase de herramientas. Algunas de carpintería, herrería, química, o electrónica. Pero durante mi visita no pocas veces evocaré la alquimia. Una comunidad de transformadores de piedras en materiales preciosos. Ahí se abren pasajes entre disciplinas, se comparten saberes, se disfruta el quehacer sin importar la edad, el perfil académico. 


En ese recinto hay sierras para cortar madera, hay cazos y estufas para cocinar. También impresoras 3D, pues sí, estamos en pleno siglo XXI. Y todos los que ahí participan asumen de una manera innovadora y discreta el ideal de la educación universal (uno de los grandes anhelos, uno de los peores fracasos) del siglo XX. Al margen del sistema escolarizado, haciendo a un lado el distingo entre profesores y estudiantes. Todos aprenden, sin miedo a equivocarse, todos construyen y comparten conocimiento. Se des/cubren. Se habilitan.

Más que la cantidad, lo relevante es la variedad de las personas que participan en las actividades. Emilia Zaraza tiene 86 años, y los presume con mucho orgullo. Sara apenas ha cumplido 14.  Pedro, un cinéfilo empedernido, encuentra a cada rato la oportunidad para compartir una referencia cinematográfica. Quizá por eso asiste al laboratorio: para darle una valor extra a su pasión por el séptimo arte. Emilia, aunque es la mayor,  sólo lleva 3 años frecuentando la biblioteca. Ella no tiene una pasión tan focalizada, para ella la vida misma es investigar. Y el laboratorio en la biblioteca le posibilita algo que la biblioteca sin el laboratorio no le brindaba: un reconocimiento de ella de manera integral. Desde esa perspectiva, cada cana vale un grado, y ya consiguió varios honoris causa. Asistir al  laboratorio le permitió resignificar cada espacio que ella habitó.


A nadie parece importarle las diferencias etarias cuando están enfrascados en descubrir cómo hacer platillos con harinas que no sean de maíz o trigo. En la universidad muchos hablan de la biodiversidad. En el taller de cocina se han lanzado a darle un primer mordisco. Conjugan el sabor con el saber.

Es una manera de investigar,  descubrir recursos y de poner en acto la defensa de la diversidad, que tanto aparece en los discursos. 


El día anterior escuché a uno de los animadores hablar del trabajo que está realizando con los jóvenes skaters que acuden a la explanada de la biblioteca a patinar.  Él les abrió las puertas al laboratorio para ampliar la pista donde se ejercitan. Y el grupo decidió construir colaborativamente unas rampas a la vez que aprenden sobre física y geometría. ¿Ingenieros en ciernes? Quizá. Pero tal vez lo que aprendan en el laboratorio nunca se va a traducir a las disciplinas escolares. Los chicos que manipulan las herramientas para hacer las pistas donde ejercitarán sus dotes como patinadores, pero, de nueva cuenta de manera discreta y silenciosa, están aprendiendo (y enseñando) a planear paz hacer (uso de un) espacio público. 


El laboratorio es un semillero. Pero ¿qué germinará y cuándo?  Es difícil saberlo. Seguramente muchas cosas: amistades, vocaciones profesionales, confianza en las instituciones, en la comunidad. Otras maneras de asumir el conocimiento y de plantarse en el mundo…


Después de todo, las bibliotecas públicas más que resguardar y poner a disposición objetos que representan la cultura, buscan ampliar el reconocimiento de ella. Despertar en cada persona su posibilidad de ser un participante activo.  


Conversamos  con Daniela Camacho.


DG:   ¿De dónde salió  la idea de crear ese espacio y cuáles  son las reglas  y proyectos?


DC: Esta idea surge desde una apuesta de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá, a través de las Dirección de Lectura y Bibliotecas y su programa BibloRed -Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Bogotá- en el año 2017.


Con esta apuesta se esperaba transformar las bibliotecas en espacios más dinámicos, con acceso abierto al conocimiento, a partir de una oferta para todas las personas. Nos propusimos  que todas las personas realmente pudieran ser partícipes de procesos como creadores. Que cada uno pudiera experimentar, probar, equivocarse, compartir sus saberes, desarrollar ideas para resolver ciertos problemas. Y que todos pudiésemos desarrollar proyectos comunitarios y espacios para propiciar nuevas ciudadanías, más críticas y sensibles a los temas que nos aquejan como sociedad.


Así surgieron dos grandes apuestas, los laboratorios de cocreación y las salas Labco. Ambas comparten metodologías y formas de mediación, relacionadas en el caso de las salas a espacios físicos y en el caso de los laboratorios, a una cobertura territorial dispuesta para una Red que funciona en toda la ciudad. 



DG: ¿Y cuáles son las reglas de operación de ambas?


DC: Antes que reglas, nos manejamos en una clave de principios orientadores, una suerte de manifiesto que va así:


Experimentamos para aprender: entendemos a todas las personas como hacedoras y creativas; fomentamos nuevas maneras de hacer las cosas. Estimulamos la curiosidad como una forma de empoderamiento, de nuestra capacidad para generar soluciones. Por eso, la filosofía del "hazlo tú mismo y hazlo con otros" es nuestra apuesta.


Trabajo colaborativo: proponemos un espacio para el trabajo colectivo y en red, que ayude a la construcción de lazos comunales y de proximidad. Propiciamos una cultura de respeto a las diferencias, donde todos los saberes y formas de ser se encuentren para aprender y crear juntos. Hazlo con otros, esa es la premisa con la que invitamos a la reflexión por la distribución del conocimiento y la descentralización del poder.


Todos los medios para todos: tecnología de punta o análoga, herramientas, información, metodologías... estos elementos son caminos para impulsar procesos de experimentación. Fomentamos el uso responsable y armonioso de estos medios para que todos tengamos acceso a ellos. Democratizamos los medios de producción creativos. Esa es nuestra bandera por la cultura abierta y libre. Por eso los resultados que surjan serán cocreaciones.


El error como oportunidad: cada error es un aprendizaje, una oportunidad de ver posibilidades que nunca habíamos contemplado. Por eso no nos preocupa equivocarnos, por el contrario, reivindicamos el error como parte del crecimiento de toda experimentación. Es un eslabón dentro del aprendizaje continuo. Equivocarse hace parte del proceso.


Innovación comunitaria: animamos a pensar (y a gestionar) desde nuestra cotidianidad los desafíos que enfrentamos como humanidad, por ello fomentamos proyectos e iniciativas que se preocupen por estimular soluciones locales a problemas globales. Sé parte de la solución, es lo que fomentamos.


Tejemos memoria: registramos nuestras experiencias y aprendizajes, porque entendemos que la memoria es colectiva y documentar los procesos nos permite construir sobre lo construido. Tejemos historias, saberes y conocimientos que nos permitan reflexionar sobre nuestros procesos.


Elegimos cuidar y soñar: creemos en el cuidado de las personas, el entorno y los procesos creativos. A la vez, mantenemos vivo el poder de soñar como motor de transformación. Reflexionamos colectivamente sobre cuándo avanzar o detenernos, asegurándonos de que cada decisión priorice el bienestar colectivo y la sostenibilidad


DG: ¿Puedes compartir algunas experiencias en las que se ponen en práctica estos principios?


En las salas y laboratorios hemos tenido experiencias muy valiosas que dan cuenta de esos principios orientadores, queremos compartir con el Jardín, un par de las más recientes por su peculiaridad:


“Semillero de ciencia en la cocina”: bajo la premisa de que la cocina es el primer gran laboratorio, se diseñó este espacio desde febrero del 2024, buscando que las personas participantes pudieran reconocerse como investigadores, partiendo de una propuesta que supone que hay otras formas de investigar, aprender y experimentar diferentes a lo que tradicionalmente asociamos con el quehacer científico. 


El semillero tiene participantes desde los 14 hasta los 88 años de edad, cada vez incorpora nuevos asistentes, curiosos por entender que han puesto a prueba preguntas como: ¿Qué es investigar cuando lo hacemos juntas desde lo cotidiano en una biblioteca? ¿Cómo se ve el proceso investigativo en la cocina y en diálogo con los saberes de quienes nos rodean? ¿Cómo se comportan las harinas que no conocemos? ¿Por qué crece el pan y qué sucede cuando lo hacemos con harinas que no hemos utilizado antes? ¿Necesitamos un horno, o podemos encontrar otras formas de cocción? ¿Por qué se cortan las cremas o las sopas? ¿Por qué espesan?


Las preguntas detonan posibles formas de experimentar y comprobar (o no) las teorías que los participantes tienen sobre el tema, usando elementos como cacerolas, harinas ancestrales, estufas, molinos e implementos básicos de cocina. 

El ejercicio constante de observar y preguntar qué pasa o qué puede pasar no solo ha guiado las acciones, sino que también ha reforzado la importancia de hacer ciencia desde la vida cotidiana, desde las  cocinas, donde la curiosidad, la observación constante y la experimentación se encuentran con el acto de compartir saberes en comunidad.


DG ¿Cómo se forman los mediadores?  


DC: Los profesionales que se encargan de mediar los saberes entre las personas participantes tiene un rol muy particular pero de suma importancia, deben acercar a los grupos a distintos tipos de saberes, sabiendo que los participantes tienen perfiles, edades, orígenes e intereses diferentes; facilitar esos momentos de encuentros, intercambios y diferencias, potenciando los intereses comunes, proponiendo posibles rutas de trabajo, encontrando aliados; facilitando el uso de colecciones, conocimientos, herramientas, metodologías; e identificando aquello que aún está por revelarse: en que resultará ese trabajo conjunto.


Los mediadores pueden ser personas formadas en distintas áreas del conocimiento: diseñadores, biólogos, artistas, ingenieros, filósofos; esa variedad enriquece las posibilidades y enfoques de abordaje. Su formación desde BibloRed se enriquece con una oferta diseñada especialmente para el trabajo con distintos tipos de públicos y situaciones. 



Testimonio de Emilia Zaraza, participante del semillero, mujer de 88 años de edad: “La cocina es un laboratorio porque es investigación en el hacer y la investigación es saber y atraviesa todo en la vida”


Patina y construye: la biblioteca es también espacio de saberes y prácticas que trascienden el libro, un grupo de jóvenes a la espera de la recuperación de un parque de skate aledaño fue el punto de observación para proponer un laboratorio donde se pudiera reflexionar sobre la física desde conceptos como la fricción, el movimiento o la fuerza,n para entender algunas relaciones entre el cuerpo, la patineta, el suelo o la rampa y de esta forma entender el comportamiento corporal en el momento de patinar.  Posteriormente se realiza el acercamiento a algunas herramientas disponibles en la Sala como instrumentos de medición, herramientas eléctricas, herramientas manuales para la configuración el diseño y fabricación de rampas que se  usaron para realizar comprobaciones a partir de estos conceptos previamente planteados. El grupo se fue consolidando a partir de la difusión en la comunidad de skaters de la zona y barrios aledaños y encontró en la sala nuevas formas de participación y apropiación del espacio público, donde ya varios grupos han participado, con edades entre los 12 a 28 años, y en varias ocasiones participan sus familiares.





 


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