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En las Islas Canarias, un hombre, Nani, confinado como todos, siente la necesidad y curiosidad de caminar por senderos imaginarios, cargado de silencios y de citas de Gaston Bachelard, David Le Breton o Josep Maria Esquirol. Nani, un hombre que sabe leer situaciones y vincular lecturas y experiencias, que lee libros y, alimentado de las palabras de otros, lee y relee el mundo para reencontrar fuentes de sentido. Aprovecha el encierro para aprender a releer el caminar.
Porque en este Jardín nos importa ampliar los objetos de lectura y releer con asombro lo que, de tanto verse, pasa inadvertido.
querido amigo,
te envío este mensaje en el marco de "anormalidad" en el que estamos insertos.
Te hablo con la musicalidad de la lluvia tan deseada de fondo. Una musicalidad que se contrapone al silencio del estado de alarma que se escucha cuando he abierto las ventanas para ventilar la casa durante estos días de confinamiento.
Tiene algo de similitud con el silencio de los primeros de enero, después de la resaca colectiva de la nochevieja. Pero si uno lo escucha con atención nota que se trata de un silencio diferente: ¿de incertidumbre?, ¿de miedo?, ¿de sorpresa? Sin duda se trata de una sorpresa opuesta a la de la serendipia.
Quiero contarte que son tantas semanas de confinamiento que necesito caminar y he decidido hacerlo de la mano de Gaston Bachelard:
“Cuando revivo dinámicamente el camino que “escalaba” la colina, estoy seguro que el camino mismo tenía músculos, contramúsculos. En mi cuarto parisiense, el recuerdo de aquel sendero me sirve de ejercicio. Al escribir esta página me siento liberado del deber de dar un paseo; estoy seguro de que he salido de casa". (La poética del espacio, 1993)
Sin duda es una cita inspiradora para emprender mi primer viaje imaginario del confinamiento.
En situaciones como las actuales necesitamos narrar historias, ya que como dice David Abram en La magia de los sentidos: “El relato de las narraciones constituye una de las manifestaciones primarias del habla humana, una modalidad de discurso que liga constantemente a la comunidad humana con la tierra".
Tenía en mente este viaje desde hacía tiempo. Sentía la necesidad y curiosidad de descubrir y caminar por los senderos imaginarios del nuevo paisaje, quería adentrarme en ellos cargado de silencios y de citas de mis libros, colocados en la mesa de confinamiento como alimentos del alma a modo de despensa indispensable, como sustento para momentos calamitosos como los actuales.
Comencé a programar el viaje sin olvidarme de que necesitamos viajar con una mochila ligera porque: “Caminar implica reducir la utilización del mundo a lo esencial. La carga que se puede llevar se restringe a lo elemental...".
Empecé a cavilar sobre los alimentos a llevar.
Por empezar echo mano de una guía muy querida, Elogio del caminar, del sociólogo y antropólogo David Le Breton. Una guía que una vez releída me confirmó su pertinencia a la hora de justificar el viaje y de llevarla como alimento.
Para Le Breton el caminar es una apertura al mundo:
"Restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia.
Caminar, conduce durante un instante a que el viajero se interrogue acerca de sí mismo, acerca de su relación con la naturaleza o con los otros, a que medite, también, sobre un buen número de cuestiones inesperadas". (pp. 18-19)
"El caminar es un remedio contra la ansiedad o la melancolía". (p. 158)
Y tú que me escuchas seguramente me preguntarás a dónde nos dirigimos ahora que estamos confinados.
Parafraseando a Le Breton hay que reconocer que estamos desorientados.
El camino imaginario que te propongo deviene entonces camino iniciático, transformando la dificultad en oportunidad. Te propongo ir hacia la comarca de la nada porque:
"La experiencia de caminar descentra el yo y restituye el mundo, inscribiendo así de pleno al ser humano en unos límites que le recuerdan su fragilidad a la vez que su fuerza".
(p. 62)
En nuestro caso el plan que te propongo es caminar por senderos imaginarios en donde la palabra perderse no forma parte del diccionario.
Sí existe en cambio, y muy presente, la palabra indagar: indagar en un mundo contemporáneo paralizado como en el que nos encontramos.
Una actividad, la de caminar, que necesita del silencio a modo de resistencia íntima porque «resistir es aspirar a que la juntura no se deshaga».
Teniendo en cuenta que el caminar por un sendero imaginario sigue siendo una travesía por los paisajes y las palabras: “Caminamos también para escribir, contar, capturar imágenes en palabras, mecernos a nosotros mismos en dulces ilusiones, acumular recuerdos y proyectos". (p. 93)
Desde el inicio del estado de alarma, sin ser consciente de ello, he estado entrenándome para abordar esta primera salida a través del ejercicio diario de componer unas Notas para compartir...en tiempos de incertidumbre, acumulando recuerdos y diseñando, para mi nieto Gael, mapas de este paisaje novedoso que nos predisponen tanto a ti que me escuchas, como a mí, para la metamorfosis de nuestra mirada sobre el mundo.
Favorezcamos esa predisposición porque necesitamos una nueva mirada. Necesitamos miradas esféricas sobre el mundo. Lo apunta acertadamente Josep Maria Esquirol en La resistencia íntima (2015):
"La memoria no es memoria del tiempo pasado, sino ampliación y enriquecimiento del presente". (p. 120)
En ese momento de reencuentro siento cómo los filamentos de la alfombra a modo de hifas se van desplegando por el terreno, detectando la calidad del recibimiento conforme al cuidado o no que le hayamos dado a nuestro pisares previos, abriéndose con ello condiciones para que germine una experiencia enriquecedora en ese nuevo caminar o se convierta, por el contrario, en una experiencia yerma y amorfa.
En este sentido me encuentro dos preguntas pertinentes para abordarlas durante el viaje:
¿qué llevó a los humanos a cortar su antigua reciprocidad con el mundo natural?, ¿qué hace falta para que recobremos la relación con esta tierra que respira?
Al caminar te propongo que nos adentremos por los senderos imaginarios que tenemos ante nosotros, siendo consciente de que uno mismo es creado por ese paisaje que observa. Que carguemos en nuestras mochilas el silencio como alimento del alma, ya que:
"El silencio es el fondo del que debe nutrirse quien camina a solas". (Le Breton, p.39)
Teniendo en cuenta que:
"Este silencio que acompaña y que consuela es la primera palabra". (Esquirol, p.153)
Y como alimento que acompaña al silencio te ofrezco aportaciones que han hecho distintas amigas en las Reflexiones al cuadrado, como las de la filósofa Zenaida Yanes Abreu sobre el silencio de incertidumbre del que hablé en mi primera entrega:
Resulta curioso los nuevos sonidos que surgen en las calles, yo he escuchado pájaros desde mi habitación por primera vez en más de tres años. El primer cantar de un pájaro, se mezcló con el sonido de los aviones, sonido este último que ya residía desde hace tiempo en mi inconsciente y que solo ahora con el silencio de las calles volvía a primera línea, y se mezclaban con el sonido nuevo de los pájaros, haciéndome tomar conciencia del mundo de ahí fuera.
El miedo genera ruido. Y el silencio de las calles se anula con el ruido de las redes, millones de mensajes, de agresividad, de queja, de pánico, de risas, de solo querer conversar porque ya no podemos hacerlo en la calle (aunque antes en la calle tampoco conversábamos, pero eso no lo saben), ruido que no deja oír los pájaros, y que pretende llenar el vacío de la incertidumbre.
Y las de mi amiga ingeniera agrónoma Almendra Cremaschi, también sobre el mismo tema:
Coincido en la particularidad del silencio que mencionaste pero agrego que ese mismo silencio es el que nos fuerza a escuchar, algo que evidentemente nos viene costando a nivel individual, social, y socio-naturalmente. La palabra naturalmente es algo gracioso porque ha sido masacrada en nuestro lenguaje, no sabemos nada de lo que significa naturalmente y sobre la manera de hacer las cosas al estilo de la naturaleza. Ahora estamos aprendiendo a fuerza de látigo.
Creo que este es el sentido del silencio que abre tu entrega, estamos hablando mucho, tratando de comunicarle a la gente, cuando es la gente, las generaciones más jóvenes y la naturaleza a quienes debemos escuchar. Somos los actores equivocados los que hablamos, no tenemos nada que comunicar, no sabemos lo que es el riesgo, el riesgo tiene que ser definido por quienes lo van a vivir, no por quienes lo causan.
Esta última reflexión de Almendra me lleva a la cita de Le Breton:
"Hay que saber callarse para no romper el jarrón infinitamente frágil que es el tiempo". (p. 57)
Me entran dudas de si callar o continuar. Decido volver a la relectura de Elogio del caminar para retomar en silencio el camino imaginario porque:
"No es la desaparición del sonido lo que hace el silencio, sino la calidad de la escucha, el pulso ligero de la existencia que habita el espacio... El único silencio – provisional – que conocen nuestras sociedades es el de la avería, el fallo de la máquina, el fin de la transmisión; es un cese temporal de la tecnicidad más que la urgencia de una interioridad". (pp. 52-53)
Ahora estamos sin duda ante un nuevo silencio confuso que reclama la urgencia de una interioridad.
Durante el viaje te aseguro que tendremos la oportunidad de encontrarnos con distintos personajes que se cruzarán en nuestro camino, donde
"cada uno de ellos supone una zambullida en una memoria personal a la vez que colectiva". (Le Breton, p. 71).
y tomo pues algunos párrafos de las cartas que he recibido de amigos:
(…) Ha sido un placer para nosotros zambullirnos de nuevo en los balcones, con una perspectiva diferente, años más tarde de tratar el tema del lenguaje de estos espacios semipúblicos, tan actual en estos días en que el estado de alarma ha cambiado de un modo tan drástico nuestro comportamiento.
Gracias por compartir con nosotros su visión a través del artículo que nos remite, deliciosamente escrito, que resalta la faceta de los balcones-atalaya como espacios que invitan a la reflexión. Es impactante el silencio sepulcral que se percibe estas semanas desde las alturas al contemplar las calles vacías.
Sin duda, los balcones, las azoteas, las ventanas... se han convertido en esta etapa tan extraña de nuestra existencia casi en la única oportunidad de comunicarnos con los otros. Somos animales sociales y, despojados de la posibilidad de compartir sentimientos -de solidaridad, de protesta, de arte, a través de conciertos improvisados- los balcones se han llenado de vida como hacía tiempo que no lo hacían.
Saludos desde el balcón, Arantxa y Ricard.
Y en ello estamos, entretejiéndonos en la geografía de la afectividad,
"porque sólo nos apacigua la palabra amiga, que no exhibe la verdad de los hechos, sino que transmite el abrazo del alma". (Esquirol, p. 163).
Casi al final del paseo matutino empecé a tener una sensación de dolor en mis rodillas mientras giraba en las sinuosidades del perímetro del trazado, un contorno cuya forma me recuerda al atractivo símbolo del infinito.
De repente sentí la necesidad de cambiar la dirección de mis pasos, en esta ocasión a favor de las agujas del reloj, y mientras retomaba la dirección de las agujas del reloj me crucé con el verbo amparar y su significado:
"Amparar significa proteger parando o deteniendo algo". (Esquirol, p. 49)
Desde entonces me dejo llevar siguiendo el contorno del ∞.
Del viaje de vuelta traigo el deseo de que, frente al distanciamiento social que las circunstancias nos obliga, optemos por miradas esféricas: miradas hacia el subsuelo, hacia el cielo, miradas de 360º en todas las circunferencias de nuestra esfera. Mirar hacia abajo, hacia el subsuelo, nos ayudará a percibir una nueva mirada hacia el firmamento, hacia arriba, y en todas direcciones.
Fin del viaje...
¿Qué importa el resultado? Lo que cuenta es el camino recorrido. No se hace un viaje; el viaje nos hace y nos deshace, nos inventa. (Le Breton, p.160)
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