
Hoy se hablan en el mundo entre 7000 y 10000 lenguas. Más del 40% de ellas están en vías de extinción. Seguramente hay muchas también naciendo: las lenguas mutan y en sus continuas transformaciones cierran o abren posibilidades de ser, crecer y ser reconocidos. Publicamos aquí un testimonio que condensa algunas tensiones de los conflictos que ocurren en un país multicultural en el que hablar o no hablar la lengua materna puede determinar el futuro.
1.
Nací y crecí en Guerrero, en la montaña baja. Mis padres tuvieron dos hijos, el mayor y yo, que siempre fui desobediente. Mis dos padres fueron profesores defensores del sistema ‘indígena’. Creían en el poder del náhuatl y que la escuela pública sería el medio para dignificar nuestro idioma. Los recuerdo debatiendo acaloradamente sobre la evaluación de competencias y la discrepancia en los puntajes de les niñes cuando estas evaluaciones eran en náhuatl o en español. Los recuerdo también orgullosos de sus hijos a quienes ‘lograron’ inculcarles el hábito de la lectura, que aprendieron a leer desde bien chiquitos, que tenían buenas notas, que hablaban ‘bien’ el español. Los profesores los mandaban a felicitar porque sus hijos no parecían ‘de Acatlán’. Y ellos se sentían orgullosos.
Mis abuelos maternos también estaban orgullosos de nosotros y nos querían. Lo sé aunque nunca me lo dijeron. Así eran ellos, no se decían el amor. Nunca se lo dijeron entre ellos tampoco. Y no es que el pueblo entero o los nahuas no se digan el amor —lo aclaro porque es común que la verdad de un nahua (o ayuujk, o ñu’savi) se lea como una experiencia culturalmente generalizada—. Sé que me amaban porque en su casa siempre hubo una habitación para mí y una caja de cartón donde guardar mi ropa. Lo sé porque me transmitieron su oficio con paciencia y se esforzaron porque fuera hábil en matemáticas. Sobre todo, sé que mi abuela me amó porque decidió hablarme únicamente en náhuatl. Crecí asumiendo que con mi abuela me entendía en un idioma y con mis padres en otro. Que dentro de casa se habla náhuatl y en la escuela solo a escondidas y para advertirnos los planes de algunos maestros malévolos que siempre los había. Nunca me pregunté por qué era así. Ni si pudiera ser diferente.
2.
En el 2015 diserté frente a una triada de sinodales mi titulación Universitaria. Un día previo al examen final me pregunté ¿y si lo hago en náhuatl? En el imaginario universitario, por lo menos en esa época, en esa Universidad, en esa Facultad, en esa Licenciatura los nahuas, p'urhépecha, tu’un savi, estábamos en otro sitio geográfico y temporal, fuera de las universidades. El desenlace de mi intervención en náhuatl que habrá durado ocho minutos como máximo es, por decir lo menos, risible. No por mi decisión: lo cómico fue la reacción de la comunidad universitaria. Las discusiones, los cuestionamientos, la ira furibunda de uno de los tres sinodales, los comentarios sarcásticos de una profesora presente entre la audiencia, mi llanto. La cara de mi madre mirando -quizá- desconcertada porque sus esfuerzos no dieron fruto: frente a ella su hija era humillada por hablar en náhuatl. Lo peor: su hija lo decidió. No tenía la obligación de hacerlo, no había razón para hacerlo, pero movida quizá por algún impulso mítico o por su mentecata desobediencia de infancia, lo hizo. Entre los miembros de la Máxima casa de estudios sucedió un dramón, sin embargo, mi familia se mantuvo estoica al presenciar aquella escena pirandellesca.
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3.
Ahora tengo una hija en edad preescolar. Luego de sus primeros días en el kínder comencé a escuchar el tan temido “háblame en español”. Ya lo esperaba, sinceramente. Aunque me sorprendió la forma en la que me lo dijo: “Nonantsin, xnetsnotsa ika puro kaxtilan”. Usó la palabra “kaxtilan” para referirse al español. James Lockard sitúa la incorporación de esta palabra en la primera de tres etapas que ha propuesto para analizar la cronología de los fenómenos lingüísticos entre el náhuatl y el español. Esta primera etapa, según Lockhart, sucedió entre 1519 y 1540/1550. Aunque posiblemente la palabra kaxtillan se incorporó al nahuatl en un inicio como topónimo, se volvería un modificador de nombres y descripciones de lo que los extranjeros trajeron consigo, de tal modo que, por ejemplo, pan se convertiría en Caxtillan tlaxcalli (pan de castilla o tortilla de castilla); barco en Caxtillan acalli (lancha de castilla), etc. Aunque por lo común los extranjeros se referían a sí mismos como españoles, cuando se les preguntaba de su pueblo natal, su respuesta casi siempre era “Castilla”, de ahí que esta palabra deviniera en kaxtilan (caxtillan)[1], su empleo prevalece más de quinientos años después. Este dato lo leí durante las clases de la maestría y me permitió apreciar la belleza en las palabras de mi hija “Nonantsin, xnetsnotsa ika puro kaxtilan”. Sí, me pedía que únicamente le hablara en español, pero me lo pidió en náhuatl y usó para expresarse uno de los primeros conceptos que los nahuas adoptaron para dialogar con ese nuevo mundo.
Este año inicié una maestría en Lengua y Cultura Náhuatl que se ofrece cien por ciento en náhuatl; a mi hija le gusta jugar debajo de mi escritorio y escuchar atentamente mis clases. Disfruta traducirle a su padre cuando se percata que no ha entendido algo en alguna conversación (él no es nahua) y cuando la tristeza la invade va al altar para conversar en náhuatl con su bisabuela Ana. Intenta en silencio pronunciar palabras como nakatlatlibatsajle[2] y cuando cree que lo ha conseguido me lo dice orgullosa en voz alta. Disfruta jugando a que presenta libros. Está segura que las princesas se dedican a eso: a escribir y a hablar. Ama que le canten las mañanitas en francés y se esfuerza por pronunciar ‘correctamente’ los nombres de Sjo’ y Ljaa’ dos amiguitos Ñomndaa’ con quienes se manda notas de voz por whatsapp de vez en cuando. En el kínder —esa batalla campal— sus maestras no están dispuestas a ceder espacio al náhuatl, ni Kiawitl a usar ahí otro idioma que no sea el español, pero es claro que algo pasa: sus compañeritos dicen que ella habla un idioma que se escucha tan raro que seguro es inglés, algunas veces le preguntan cómo se dicen ciertas cosas, Kiawitl contesta y luego ríen juntos tapándose la boca. Me recuerda mis clases en la maestría: nos decimos “cosas” en náhuatl y reímos. Reímos mucho. Qué tercos.

Qué terca yo ¿por qué elijo enseñarle a mi hija un idioma que soy incapaz de imaginar sin los estigmas, sin la condición política que tiene en el presente? un idioma con tantas heridas, con la condición indispensable de la resistencia -que cansancio, resistir-. Un estigma, un volcán erupcionando, la leche que hierve y se derrama dejando una estela difícil de limpiar. Qué terca: diez años después de haber sido funada por hablar en náhuatl durante la titulación de licenciatura, elegí estudiar una maestría y escribir una tesis en ese mismo idioma.
Mi hija es muy pequeña, sin embargo, aprendió a leer —pese a mí, pese a los cambios sociales políticos y culturales que distancian su infancia de la mía— y dónde sí y dónde no hablar náhuatl. Lee a la perfección su entorno. Ni modo. Yo le hablo en ambos idiomas porque el español también es mi lengua. Le tocará a ella narrarme a mí y a sus abuelos y abuelas. Ya sabrá qué hacer con el juicio de la gente y las lenguas que decida emplear. Mientras tanto estas dos lenguas, con las que aprendí a decir el amor que le profeso nos van construyendo.
Si quieres conocer un poco más de lo que hago, te invito a visitar: https://aterimiyawatl.wixsite.com/aterimiyawatl/, si te interesa la diversidad lingüística, la literatura y las mujeres visita www.originaria.org y, si lo tuyo es la comunicación directa, mándame un correo a: ateri.miyawatl@gmail.com.
Ateri Miyawatl estudió una Licenciatura en Teatro. Se ha involucrado en la escritura, la autoedición y los libro-objeto desde 2012. Estudia una maestría en Lengua y Cultura Náhuatl, cría a Kiawitl en Acatlán, Guerrero y coordina Originaria: mujeres que escriben fuera de la hegemonía.
Sigo llorando cuando leo estos testimonios, anhelo las palabras que no conocí y el amor de mi abuela en otra lengua que no me dió. El Tu'un Savi es una lluvia y sale por mis ojos, quisiera que mi abuela no hubiera temido acunarme en esas sus palabras que hoy añoro.