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Daniel Goldin

Serrat siempre

Daniel Goldin


Para Jorge Larrosa y Javier Sicilia



Nosotros venimos brotando del manantial de las guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido.

Miguel Hernández



Extraños son los caminos de la vida. Extraviados son, si no se separan de la dicha de compartir, con la música, el alimento para ir trotando. Amblar al trote, con un par de patas en el cielo, y el otro, en el barro. Con un par de patas sumidas en la música, y el otro, en la poesía. Y en el horizonte, el mar.


Escuché por primera vez a Joan Manuel Serrat a mis doce. Me fascinó su disco La paloma. Eran cantares suyos, pero venían de lejos. Nacidos en Barcelona, una ciudad desconocida, en la que viví años más tarde. Una ciudad puerto, crecida de espalda al mar. Oscura, con su casco antiguo, ya sin murallas. Contrario a ella, pero alimentado por su suelo, ese joven cantor (luego al trovador le llamarían cantautor pretendiendo ser originales) miraba al mar de frente, buscando amar lo mismo una saeta amarga que una dulce yerba verde.


“Todo pasa y todo queda” cantó luego en Cantares. Yo me quedé con el sabor de la yerba entre los labios. No había besado aún, pero me quedó grabada una certeza: que el amor reverdece.


Lo gocé escuchándolo cantar a Antonio Machado, un poeta que entonces no conocía. Su canto lo trajo a mis oídos y lo hizo correr por mis venas. Las moscas revolotearon bajo el cielo azul con las pompas de jabón, con una guitarra vieja y andando, lejos del hogar, inventando un camino, aun cuando el jilguero no podía cantar. Golpe a golpe, verso a verso, con Cantares Joan Manuel hizo entrañable a Machado.



Cuando le tocó a Miguel Hernández ser reinterpretado por una voz nacida 33 años después de su muerte, Serrat lo hizo resucitar y el poeta muerto en la cárcel se tornó eterno para mí, un ancla. Todavía hoy, la llevo en cuanta travesía emprendo para crearme un hogar. A donde llegue, me siento en casa si lo escucho.


Un poeta muerto en prisión, tuberculoso, se tornó en un venero que no ha dejado de reverberar en mi oído. Su aliento magro se hizo viento entero.

Han pasado casi 50 años desde entonces y yo sigo ansioso de escucharlo. De regresar al dúo que forman el de Orihuela rimando, con el de Poble Sec cantando. Ese dúo confirma no sólo el vínculo primordial de la música con la poesía. Reafirma la del juego con la palabra y la vida, para la libertad. Sus nanas de la cebolla a la grima arrinconan, al hambre le dan dulzura, al pensamiento, pienso.


Sin embargo, en estos días de sombra y duelo, de entre los 10 poemas y canciones es Elegía la que retorna casi obsesivamente a mis oídos. Ese poema que Hernández le dedica a Ramón Sijé, a quien tanto quería. Esa elegía se planta en mi sueño, invade mi vigilia y en mi trabajo diariamente ronronea su melodía. Esa invasión tornó el cementerio compartido durante estos días de duelo universal en un fértil campo, que traiciona a la muerte y a la nada.


Las glosas que aquí comparto brotaron de su recuerdo traicionero. Joan Manuel su dicha de encontrar consuelo en la palabra sin dueño, yo retribuyo. La palabra es de quien la dice. Por un rato, siempre es por un rato.

Luego vino su disco más famoso. En él, Joan Manuel confiesa su pleno amor al mar Mediterráneo y su solar sosiego. Mar dulce, mar compartido con otros cantores y cantantes. Él siempre se muestra dispuesto a brindar una oportunidad a la dicha de ser entregado a la atenta tensión de un intersticio.

Entre una palabra y otra, entre el timbre y la melodía, entre el silencio y la muerte, un contrapunto que brinda al que arriba la certeza de que, aun en la paz del suelo, habrá una vida por delante.


No hay en lenguas españolas un trovador (músico y poeta) más generoso. Nadie que haga de la poesía y del canto un campo más fértil, huertas abiertas, como sus brazos. Así ha sabido acompañar y acomodarse, con jóvenes y mayores, a los muertos los hace vivos, a los nóveles los inserta en un poderoso río acaudalado. En catalán o en castellano, no hay frontera que no pueda abrir con cortesía. Siembra, con sonrisas y melodías, un jardín prodigioso en el que reverbera la vida. Ahí llegan también los gitanos, incluso marranas expulsadas de Sefarad hace siglos. Re verde ser es la consigna. Rever de ser es la manera de inyectar poesía y música en la herida que dio y da origen a la dicha. Versiones y diversiones. Solo o en duetos siempre genera, siempre origina. Serrat siempre.



Elegí a


Elegí a dos vivir atado.

Uno y el otro.

Elegí a dos vivir librando,

sin saber cómo

nombrar a uno ni al otro.

Vivir sediento

de vivir e ir jugando.


Bajo la tierra exploro

y no hallo reposo ahí ni en el cielo.

En el umbrío suelo

un incesante rumor me arrulla,

pero me deja insomne.

Del encierro salgo

para ir hallando la libertad en el lodo.


Polvo y agua.

Agua y estiércol.

Agua siempre.


Reconozco

ser menos que uno.

La mitad y

nunca pleno.


Ser en la voz,

huida y retorno.

Ir y volver

en el oído. Siempre partido,

siempre ido

y de pronto torno.


Mis ojos atisban

el horizonte

y no vuelo

pienso, y sueño

y

en el pienso ayuno.


Uno y uno es tres.


Elegí a dos

estar abierto,

herido siempre.


Uno y uno es tres.

Y ese tercero es puerta

por la que el infinito asoma.


Voz y oído

que de un rostro emerge,

ando atado a esa

voz que me llama.

Voz de un nogal

que nueces regala.


De ese fruto humilde dependo.

De una nuez que es y no es,

invitación y umbral.

Siempre pospuesto.





Músico filia

La clave Sol

es llave. La clave Re

es reiterada voluntad

de permanecer.

Ser que re

itera y halla.


La clave Mi, es ser

sin dueño. El silencio

un imposible

anhelo. La filia

es familiar entrega.


Progenie vasta

de sedicioso osar

rompe y estalla.

Se extiende

el abasto para

ir lozano. Lo sano

parece ser ir

cortando amarras,

errar sin yerro.


Seguro de andar

versando tras la verdad.

Era del ser

vicio veraz y oportuno.

Ir con los ojos bien abiertos.

No ser un ave

obstruida que en

un agujero ciego

encuentra la paz.

Ir con los ojos bien

abiertos, por el arte

de la fuga permanecer,

siendo.







En río andarse

Para Gabriela, mi hija,

que en sus 31 tiene aún mucho por des

cubrir


Un día uno entiende

que lo único que tiene es

tiempo que se evade,

un tesoro que solo puede usarse,

jamás guardarse.


Y que no hay resguardo.


Tesoro para ser

siempre fresco, río que deviene

risas o lágrimas, sonrisas o dolores.

No hay nada

que no deba ser bienvenido a este convite.


Y no hay resguardo.


Esta vida es silencioso acontecer.

Cascada la nuez

que no es,

es risa.



Toca


Toca ser

viendo,

ser yendo.


A cada lado

entregando

el aliento.


A cada ala

sin grave

edad, sin

cesar toca

regar de risa

el instrumento

e ir diciendo.


De dicha en ducha

de ducha en dicha

de verde vertido

en verdehalago.


Vértigo ido

sereno y herido

ir volver, e ir

oyendo entregado

al azar y a nada más

remar al vuelo, arrimar el hombro

a los andantes y a la voz

atento. Ser

una escala en un

destino incierto.


Con la certeza de

ser uno en la

cuenta de un

hormigueo. Ir

huyendo toca.


Toca ir en

cada puerta abriendo

una ventana. Ir de esclavo

liberado. Ir por

la puerta abierta,

ser por la lluvia,

abriendo una huerta

en cada prado. Un osado

devenir sin puerto,

sin suelo, contigo

y las abejas.


Tras las rejas evanescer

y tras las risas ir

Ir al trote, ir cabalgando.


Con el viento

armar un arma reticular

en cada instante, amor

incesante hallar arroyo. Lo sé

de cierto eso te toca.

Y estoy abierto.




Re mora


Rémora el alebrije,

el alfanje, la alcachofa,

la alfalfa y la albahaca.

Muero y rezumo por

el paladear

y por la lengua

que en su origen fue

mus de melopea,

de almíbar y alabarda:

un combate dulce

contra la muerte.


Alcanzo a gozar un trecho

en el estrecho aleve.


Cruzo el abismo y encuentro

mil y un pre textos para

partir en peregrino trazo.

De beduino tender re

comienzo.


Pienso, maná

del rocío, del ocio y del balar

travieso. De extra avío

en extravío voy encontrando

almohada donde alcanzar,

en el soñar, morada para

amanecer cual Aladino.


Del ladino al español y de esta estancia retorna al ala

que en el aire danza.



 


Hibernar

Para Theo


Cada noche al cerrar

los ojos

me digo, toca re

posar

en el oscuro pozo, repasar:

las cosas dichas

y escuchadas. Toca

dejar de hacer,

dejar de ser.


Toca dejar de pretender

ser un hato. Des

atarse toca. Dejar

hacer y dejar ser al otro

que conmigo mora.

Y duermo.


El otro oso retoza

entre las sábanas.


Entre mis sueños juega,

labora y al rato retorna.


Cada mañana. Re

torna tozudo.


Dichoso

el oso que regresa a ser

sujeto y dejar de ser un río.

Dichoso el oso que

hace y deja hacer

y ser.


El oso que

con sus hijos acepta

ser uno más

en un caudal que no cesa.


El oso que osa

jugar con sus retoños

y con su osa.


Retozo.

Ya tocará morir y re

nacer siendo otro.

Voz que llama una voz

y en ella enreda su eterna extranjería,

voz que es enjambre.


Voz que es raíz y risa

y silente melodía, bosque murmullo,

bosque enredo

y bosque llama,

impaciente factoría.



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