La Ciudad de México es la segunda ciudad con más museos en el mundo, con un total de 170 y 43 galerías. ¿Qué hace que sea una ciudad con tantos museos? Se podría suponer que un territorio multicultural como el nuestro requiere de un sinnúmero de espacios para el resguardo de la memoria histórica, estética y afectiva de las comunidades que lo habitan. En este sentido, un mayor número de museos sería sinónimo de una mayor representatividad de las identidades que lo conforman. Pero no es así; la polarización entre las distintas realidades de quienes habitamos la zona metropolitana del Valle de México vuelve inabarcables todos sus contextos.
En contraste con la ciudad, Ecatepec de Morelos, uno de sus municipios conurbados en el Estado de México, cuenta con tan solo un centro de cultura comunitaria y 3 museos (que en realidad son 2): uno cerrado de Historia Natural, el Museo de la Pluma y el Museo Jurásico. Esta cifra es indigna si se piensa que éste es el municipio más poblado del área metropolitana y el segundo con mayor número de habitantes a nivel nacional, con 1.8 millones. Al ser una de las regiones con mayores índices de violencia e inseguridad en el país, Ecatepec es también un lugar atravesado por los estigmas, la marginalización de sus formas de vida y el desamparo e indiferencia institucional. Sin embargo, lejos de la imagen de ciudad dormitorio, área industrial y semillero de criminalidad, Ecatepec es un lugar con una historia propia, conformado por pueblos originarios y colonias urbanas con un profundo arraigo en sus tradiciones y dinámicas de convivencia. Con la intención de rescatar y dar visibilidad a estas formas particulares de memoria y emotividad, además de promover la circulación de las manifestaciones artísticas en un espacio carente de infraestructura cultural, en 2015 fue fundado el Museo Arte Contemporáneo Ecatepec (MArCE), un colectivo que realiza acciones en el espacio público del pueblo de Santa Clara Coatitla, uno de los nueve pueblos originarios del municipio.
Actualmente, el MArCE está integrado por los artistas Antonio Barrientos (AB) y Federico Martínez (FM), el activista e ingeniero ambiental Salvador Vásquez (SV), el emprendedor Iván Ayala Massé (IA), y el historiador del arte Tonatiuh López (TL), quien realiza esta entrevista.
Este texto intenta mostrar nuestras formas de pensar, motivaciones y afectos, para desde ahí lanzar una reflexión sobre la pertinencia de nuestro trabajo. Agradecemos a Jardín LAC por la oportunidad de sentarnos a conversar bajo su sombra.
TL Antes que nada, me gustaría saber ¿para ustedes qué significa Ecatepec? ¿Qué implica accionar un proyecto artístico desde/en/para este territorio?
FM Trabajar desde y para Ecatepec fue una decisión circunstancial. El motor fue juntarnos a hacer algo. Nuestras reuniones no apuntaban a hacer algo en la Ciudad de México, sino a generar una especie de circulación del arte por otros lugares. Muchos de quienes nos reuníamos en ese momento nacimos o habitábamos en este lugar. Fuimos encontrando esas coincidencias sobre la marcha. Cuando definimos que queríamos hacer un museo y que fuera en Ecatepec, a mí me dio muchísimo gusto. Construir un museo en un lugar que yo conocía, que era cercano –yo crecí y viví gran parte de mi vida en Jardines de Morelos–, me motivó mucho. Me gustaba la idea de cambiar, aunque sea simbólicamente, los flujos. No ir nosotros a la ciudad a buscar el arte, sino hacerlo para nosotros y ya si ellos querían venir, pues que vinieran.
SV A mí me hace mucho sentido este juego de palabras paradójico que se crea al juntar en una misma frase “museo de arte contemporáneo” y “Ecatepec”. Es como si su relación fuera excluyente, porque no existen museos en un municipio tan grande, con tantas personas, y jugar con eso ahí a mí me sigue gustando.
IA Yo no soy artista y la verdad, al venir de Ecatepec, siento que los demás solo me ven como una fuerza de trabajo. Eso no está bien para mí. Me incomoda sentirme parte de un mecanismo con el que no estoy de acuerdo. Yo me junté con ustedes porque buscaba una manera de resistir y habitar este lugar en una forma agradable para mí. No se puede disfrazar el contexto, la realidad es lo que es, hay muchas cosas que no me gustan en Ecatepec, pero ahí fue también donde yo crecí, con tradiciones, con comida rica, con gente increíble, y esas cosas me formaron y tengo interés en rescatarlas, en hacerlas visibles, en que tengan continuidad.
FM Yo, aunque crecí en Ecatepec, todo el tiempo estaba viendo hacia la ciudad. Todas las aspiraciones estaban allá: la escuela, los lugares de entretenimiento, el trabajo, etcétera. Y pensaba ¿si todas las aspiraciones están allá, entonces qué hacemos acá? Sin embargo, era consciente de que los espacios que tenía en Ecatepec no los iba a tener en ningún lado. Yo no crecí jugando en un jardín o en un parque, yo crecí en contacto con la naturaleza que se desbordaba en los terrenos baldíos o en los lugares abandonados, como la Sosa de Texcoco. Desde fuera, todo eso puede ser visto como peligroso, porque son espacios desolados y en ruinas, pero para mí representaba una exploración, una aventura. Estar ahí con mis amigos me gustaba, porque no había control, estaba fuera de la vigilancia de los demás, sin nadie que observara nada. Sí, a nivel aspiracional, venir de este lugar no era algo que me enorgulleciera; pero esa “decadencia” y esa familiaridad con los otros que me daba la calle, eso me encantaba.
AB Yo creo que aún somos un grupo de niños jugando en un baldío en el que la vida crece sin control, siguiendo sus propias reglas. Para mí, hay algo de la familiaridad que mencionas, nos reconocen en el pueblo y nos apoyan los vecinos; pero lo que hacemos tiene mucho de punk. Se trata de irse a meter a la plaza sin permiso, pegar cosas en la calle y que te lleve una patrulla, cargar un montón de triques en una camioneta vieja con nula seguridad, o poner una pantalla y un montón de sillas y proyectar películas, así, sin más. Todas esas cosas yo no las hubiera hecho por iniciativa propia, porque en mi cabeza eso es ir en contra de las reglas, en contra de la forma en la que las cosas deberían hacerse: la planeación, los permisos, y hacer las cosas así es una peculiaridad que te permite un territorio como Ecatepec. Solo aquí pueden vivirse ese tipo de aventuras.
TL Lejos de ese descontrol, ¿qué sentido tiene que nos enunciemos desde una figura de orden, como la del museo?
SV Yo creo que la figura del museo es fácil de reconocer por la gente de la comunidad, está en nuestro imaginario, es un término identificable. Además, no existen museos en un municipio tan grande, con tantas personas, y jugar con eso ahí a mí me sigue gustando.
AB Es un juego riesgoso. En un principio, para mí era lo más natural, porque de todas las figuras que podíamos conocer ésta era la que nos hacía sentir más identificados, y también era una figura hacia la cual ir en contra o buscar derrocar. Pero asumirnos de esta forma nos metía en un problema. Recuerdo una de las primeras veces que tuvimos visitantes externos, creo que fue un grupo de la UNAM. Llegaron y no había nada. Ya sabían que no teníamos un espacio, pero en ese momento ni siquiera habíamos hecho muchas acciones que les pudiéramos mostrar. Lo único que hacía nuestro museo era levantar una pregunta: ¿Y dónde está el museo? No nos quedaba otra cosa que decir que el museo éramos nosotros y el espacio por el que íbamos caminando. Yo creo que ahí está la pertinencia de nuestro trabajo, en ese ejercicio de plantarte frente a otros y tratar de formular una respuesta creíble a esa pregunta. Eso es algo que todos los museos deberían cuestionarse: ¿dónde está el museo?
TL Yo creo que todas las instituciones, no solo los museos, deberían existir como una pregunta, para sus usuarios y sobre todo para sí mismas. Si un museo deja de hacerse y hacer preguntas creo que entonces pasa a servir meramente al espectáculo y al entretenimiento; eso puede ser bueno, pero de esta manera, poco a poco, los museos han ido perdiendo sentido.
IA A mí la idea del museo me gustó más bien como una respuesta. Hacer un museo en Ecatepec era una forma de resolver algo que nunca iba a pasar. No ha existido nunca una propuesta desde un político u otra figura pública para hacer un museo para la gente de este lugar. Llamarnos así era una burla, pero desde el orgullo; porque nosotros construimos, según nuestras posibilidades, algo que se nos había negado. Además, lo que hacemos me ayudó a entender que el museo no necesariamente es lo que está en un espacio limitado que guarda y exhibe objetos. Nosotros lo hacemos en el espacio público y lo más bonito es que la gente vea que el museo somos nosotros y ellos juntos, y no que es una institución que toma todas las decisiones en nuestro lugar.
FM Yo también lo veía como una respuesta o una reacción frente a una negativa. Cuando nos juntamos, éramos un montón de artistas y lo más lógico era crear un espacio independiente; pero si nos hubiésemos nombrado de esa manera, nos habríamos colocado inmediatamente debajo de los museos. Era una cuestión de jerarquía; si nos enunciamos desde el principio como ese lugar, entonces, quizá, los museos nunca podrían quitarnos lo que estuviéramos haciendo. La del museo era una figura de legitimidad, y nosotros no estábamos buscando que nadie nos la diera, nos la inventamos. Pero es cierto, pensar en un museo en Ecatepec detona un problema. Tienes un museo, ¿y ahora qué?, ¿cómo lo llenas?, ¿cómo haces que funcione? Yo creo que es algo que también nos juega en contra.
IA No lo sé. Yo no soy artista, siempre quise serlo y en un principio utilicé la mentira para encajar en lo que para mí era “el mundo del arte”. Pero, ahora, yo no creo que nuestro museo mienta, ni creo que le importe encajar, yo creo que es auténtico y eso lo hace especial. Cuando empecé a trabajar con ustedes entendí que el arte no tiene que ver solo con ejercicios plásticos, sino con afinidades o redes afectivas. Es cierto que el arte, en un lugar como Ecatepec, no es una moneda de cambio válida, porque la gente está más preocupada por otras cosas, pero eso está bien, porque así el museo tiene que abandonar la pretensión de querer cambiar al mundo y encontrar una manera en la que el arte impacte a la comunidad y a quienes lo hacemos.
FM Yo no ligaba los conceptos de museo y comunidad, no estaba tan consciente de que un museo pudiera generar una. Pero ahora, en ese sentido, creo que es importante reiterar la figura del museo en espacios donde no los hay, bajo condiciones o maneras diferentes, haciendo conservaciones de memoria de lo que nunca se piensa que se tendría que conservar. La figura del museo está agotada, allá, en la ciudad, en los centros; pero si la cambias de lugar y le pones otro contenido, entonces adquiere una nueva vida.
TL Hablando de nueva vida, para terminar, ¿cómo entienden ustedes nuestra colectividad?, ¿cómo la imaginan a futuro?
IA Yo no sé, pero a mí lo que me mantiene aquí es el cariño que le tengo a cada uno de ustedes. A veces me harto del contexto de Ecatepec, pero algo que me sigue motivando para seguir ahí es estar en el MArCE. Es un proyecto que ha dado mucho, que tiene mucho que dar. No lo veo convirtiéndose en una institución, ni nos veo buscando reconocimiento, nos veo caminando juntos, haciendo un arte que se teje en comunidad.
FM Yo creo que, al final, cuando uno piensa en los proyectos y ve sus resultados, se da cuenta que a la gente le sigue haciendo sentido nuestra existencia. Para mí el arte de estudio es algo aburrido y con el MArCE me salgo de ahí para poder hablar con otros, con la gente, o incluso entre nosotros mismos. Conversar es importante y el arte que nosotros hacemos tiene que ver con las relaciones y las historias que se pueden construir con la gente, ni siquiera importa la pieza, sino todo lo que está alrededor.
SV Para mí, que el arte no es mi práctica principal, me parece una herramienta muy agenciadora, es un modo o una técnica para hablar de cuestiones que son relevantes para las personas, que ayuda a producir un efecto de manera más clara. Por eso me parece importante elegir seguir haciendo arte, o hablar de arte. Es un instrumento que permite que la gente incorpore a su vida, a su pensamiento, a sus creencias, ciertas problemáticas. Pueden afrontarlas o evitarlas, pero si las evitan por lo menos lo harán de forma consciente. Yo por eso sigo aquí.
AB ¿Se acuerdan de la frase de un cortometraje que pusimos en un ciclo de cine para adolescentes que nos gustaba mucho repetir?
.
TL Sí. “No me refiero a estar acompañado, me refiero a tener con quien mirar cómo se acaba el mundo”.
AB ¡Eso! Para mí seguir aquí es tener con quien mirar cómo se acaba el mundo, nuestros mundos. Desde que empezamos este museo ha sido un fracaso. Es como todo lo que pasa en Ecatepec. Desde que uno llega ahí se da cuenta que es un territorio que está por colapsar y, sin embargo, ahí se queda, contribuyendo a su derrumbe. ¿Por qué? Yo creo que, mientras todo está en crisis, la esperanza siempre está puesta en el acompañamiento. En medio de todo el caos, lo único bueno es que estamos juntos. Lo interesante del MArCE es que nuestro estar juntos no tiene que ver solamente con la contemplación sino con el accionar; es un estar juntos que a mí me permite salir del ensimismamiento, dejar de ser un artista que soba materiales y ponerme allí afuera, donde la vida está sucediendo. Y hacer un arte vivo me emociona más que venerar las cosas muertas que se guardan en los museos. Yo así lo veo, ¿o ustedes qué creen?
Aquí se pone fin a la grabación y se escucha un silencio, en él habita el ruido del viento colándose, sin control, entre los huecos dejados por la vegetación de un jardín aún inexistente.
Tonatiuh López (Ecatepec, 1989) es escritor, curador y editor independiente. Su práctica está marcada por la intención de unir el arte con la vida, lo mismo con gestos poéticos que mediante la realización de proyectos de arte socialmente comprometido. Es miembro del colectivo Museo Arte Contemporáneo Ecatepec (MArCE) y es también activista por la libertad amatoria y sexual de las comunidades de hombres que tienen sexo con otros hombres, personas usuarias de drogas y neurodivergentes.
Te pueden interesar: