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Daniela Whaley

Tramar desde los tiempos textiles

Considera, alma mía, esta textura

áspera al tacto, a la que llaman vida.

Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos

y en el color, sombrío pero noble,

firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.

Piensa en la tejedora; en su paciencia

para recomenzar

una tarea siempre inacabada.

Y odia después, si puedes.

Rosario Castellanos

(aporte de la amorosa lectora de este texto: Mariana Ortiz)


Soy dueña de una máquina de coser desde 2008, año en el que me gradué de la licenciatura de Historia y empecé a bordar en 2014 cuando volví a la Ciudad de México después de vivir en Mazunte por unos años. Ambos momentos de extravío que pedían norte y algo tangible. Desde ese mismo lugar de confusión, en pandemia, nacieron las Agujas Combativas, un proyecto en el que he logrado hacer confluir todos mis intereses: la historia, los datos, la pedagogía, las acciones colectivas y públicas. Diseño, a veces sola, a veces en colaboración, talleres y acciones para acercar el uso de datos abiertos a públicos diversos a través del textil. Algunas veces he tenido la oportunidad de hacer el cruce inverso y acercar el textil a personas que trabajan con datos. La premisa es: el textil puede ser una herramienta de procesamiento de información. Desde ahí, escribo.

Muestrario de puntadas.


El tejido, un lugar para las historias


¿Cómo unimos una fotografía de nuestra infancia con la persona que somos ahora? ¿Qué retazos de memoria usamos para construir nuestra colcha vital, nuestra supuesta historia? Luego, si esa colcha viniera y se extendiera como un tiempo más largo que nuestra vida, ¿qué retazos familiares se sumarían? ¿Qué telas, texturas y colores conformarían nuestra herencia? ¿Quién nos ha contado nuestra historia? ¿Con qué? ¿Nos entregan una colcha hecha al nacer?

El tiempo histórico no tiene sentido hasta que alguien lo articula con su relato. En nuestras manos tenemos sólo retazos: fotografías, anécdotas, objetos, sensaciones, atmósferas, recuerdos y hasta libros de texto, que narran la Historia del territorio en el que habitamos. La Historia con mayúscula, ese relato que escribieron antes de nuestro nacimiento para, entre otras intenciones, darnos sentido de pertenencia (o marginarnos).

Existen varias tecnologías y disciplinas que sirven para unir esos retazos. Las que convocan a este texto son la aguja y el hilo, porque a esta reflexión no le interesa la Historia, le interesan las historias: divergentes, anudadas, detallistas, coloridas, pausadas. Cabe decir aquí que las palabras “textil” y “texto” comparten la raíz etimológica textere, y que al hacer cualquier práctica textil, escribimos.

Escuché a la bordadora Virginia Sosa enunciar: “las tecnologías más importantes suelen ser las más invisibilizadas”, he ahí que el textil, fuera de ciertos ámbitos, no sea reconocido como una práctica fundamental, aunque nos vista y nos cobije. Y es que a pesar de su influencia en la supervivencia de la humanidad, el arte, las matemáticas, la informática (conózcase la historia de Ada Lovelace, considerada la primera programadora y madre de la computación, quien inspirada en el telar de Jacquard creó una máquina analítica y la primera noción de algoritmo), sigue siendo relegada a un recurso decorativo, marginal y superficial, desde ciertos discursos dominantes. Ya lo sabemos, ha sido asumida como una labor de mujeres (de mujeres “sin nada mejor qué hacer”, además) y por ello no figura en la Historia.


Las prácticas textiles, además de escritura, son tecnologías de pensamiento, de escucha y de cohesión, así como artefactos de memoria que nos permiten acceder a esas otras historias que se tejen entre sí, articulando distintos tiempos textiles simultáneamente en una misma tela o tejido. Si algo nos enseña el textil, es a pensar materialmente, a ver materializarse lo que pensamos.

Importante advertir antes, como lo hace siempre Tania Pérez-Bustos (antropóloga colombiana que está colando con pisada firme el pensamiento textil en la academia), hay una dimensión profunda del textil que no puede entenderse sin hacerse.

Muestrario de puntadas.



El tiempo pasado.

Linajes textiles.


Hay algo ancestral que acompaña las prácticas textiles. Al bordar, coser o tejer (incluso en soledad), bordamos, cosemos y tejemos con historias, presencias que nos anteceden. Memorias y palabras de cuerpos haciendo se manifiestan.

A algunas personas nos pasa que cuando nos acercamos y profundizamos en el textil, se nos aparece un linaje. Muchas podemos rastrear en nuestras historias familiares a costureras, bordadoras y tejedoras, que lo hicieron más que como investigación gozosa, como una fuente de supervivencia económica, porque ¿quién puede permitirse el disfrute textil?

Para mí, el tiempo pasado textil permitió que aparecieran los cuerpos que no figuraban en la Historia familiar, al menos no desde su propia voz o sus propias escrituras. Tanto en mi historia familiar, como en mis referentes académicos, los protagonistas, los narradores y las voces del saber fueron masculinas y no lo sabía, no sabía que me faltaban las historias (las escrituras) de ellas. Ni siquiera me había dado cuenta de que no estaban, hasta que aparecieron. Fueron las agujas y los hilos las que las hicieron emerger. Fue tirando el hilo de esa memoria. Y no sólo sucedió el encuentro con la historia de las mujeres de mi familia, sino con la historia de las mujeres.

El textil está tan imbricado en nuestra historia que las primeras protestas de mujeres fueron para reclamar mejores condiciones de trabajo en fábricas textiles que hasta la fecha destacan por sus condiciones de explotación, afectando principalmente en cuerpos de mujeres y niños. Basta con ver las noticias.

Con toda esa carga de pasado que habita la materia textil, no sorprende que en la actualidad las prácticas textiles sean tácticas de rebeldía, denuncia y reivindicación de “otras” memorias. Tomar aguja e hilo es una oportunidad de rehacer la colcha vital (o social), es descoser el pasado para ensamblarlo de nuevo, en otras combinaciones.



Tiempo presente

El tiempo lento del hacer


Quien cose, teje o borda sabe que el tiempo textil es sobre todo un tiempo lento. Sabe que hay que hacerse un espacio en la apretada agenda y desacelerar el ritmo de vida, entregarse por unas horas a la tarea para avanzar sólo un poco, punto a punto, puntada a puntada. A cambio, el cuerpo se hace al bordar, nos liberamos sin negar quiénes somos. Abrimos un tiempo distinto, un tiempo para nosotras, un tiempo de cuidado y de quietud.

Mientras el cuerpo se reconfigura y se hace textil, nuestra mente deambula, recorremos ideas y recuerdos, nos escuchamos y dialogamos; nos desvinculamos de una identidad mientras construimos otras posibles. Y así, el textil abre su dimensión colectiva, compartida, solidaria.

Porque también están las compañías que los textiles gestan, el deseo de la juntanza, la voluntad, aunque mejor decir la generosidad de compartir tiempo (porque compartir tiempo ya es generoso), atención y escucha.

Disponer el cuerpo para la práctica textil es preparar el cuerpo para la escucha (propia y de otras), atención e introspección, descanso. En un contexto de investigación, el textil implica reconocer las dimensiones afectivas y corporales del conocimiento. Manos y mente comprenden juntas, en una conversación cercana. El cuerpo procesa información mientras produce textil.


“Toda investigación crea la realidad que estudia, no sólo al producir relatos sobre ella genera también nuevas formas de verla, sino porque los métodos que utilizamos tienen agencia.” [1]

¿Puede este trabajo de acogimiento convertirse en investigación? Para Tania, atravesar una tela con una aguja enhebrada es una investigación en sí.


Arpilleras chilenas.

Hacer experiencia quiere decir ir de aquí a allá para experimentar algo; se trata al mismo tiempo de un viaje de descubrimiento. Pero únicamente a partir del informe de ese viaje y de la reflexión del informe surge la historia como ciencia”. [2]

Si la experiencia acumulada y la capacidad de procesar las experiencias únicas constituyen un patrimonio que alimenta luego las experiencias colectivas (el tiempo de larga duración), como dice Koselleck, entonces el oficio textil puede resultar en una escritura de la historia, escrita, además, en un tiempo presente consciente.



Tiempo futuro

¿Para qué y cómo producimos textil?


El tiempo futuro que habita la tela, no es sólo el de la expectativa del producto terminado, es el anhelo del tiempo que va más allá de nuestra propia existencia. Es esa colcha, un legado, una historia que será preservada.

Porque si algo es innegable, es la permanencia (física) del textil. Hay un inmenso basurero en Atacama, el desierto más seco del mundo, que lo comprueba. Los residuos del ritmo acelerado de la moda nos invita a cuestionarnos (urgentemente) sobre nuestras prácticas de consumo textil. Otra invitación a aprender oficios textiles, remendar, reparar, reunirnos, compartir, mientras nos preguntamos ¿para qué y cómo hacemos textil?

Entre muchas cosas, y retomando el hilo de la memoria que conduce este texto, pienso en la fuerza narrativa de las arpilleras chilenas, las abuelas de toda esta reflexión. En cómo esas piezas textiles, leídas desde el futuro, se convirtieron en archivos de la “otra” historia y son creaciones manufacturadas contra el olvido.

Arpilleras chilenas.


Porque, para quien no lo sepa, las arpilleras son piezas textiles (sacos de papas) en las que las mujeres cosieron y bordaron sus historias de terror, sufrimiento y dolor durante la dictadura militar de Pinochet. Hablaron de verdad y justicia cuando nadie más podía hacerlo, sacaron las piezas del país y desde la cualidad invisible del textil pudieron dar cuenta de lo que estaba pasando en Chile cuando ni siquiera la prensa podía hacerlo.

En el tiempo futuro que habita en el textil, también cabe el mundo que deseamos, hay lugar para los anhelos, hay una tecnología narrativa para que juntas, sobre todo desde nuestras actuales y diversas realidades latinoamericanas, podamos enfrentar situaciones de conflicto y violencia, y autoricemos nuestras voces para exigir justicia y no repetición desde escrituras propias.

Arpilleras chilenas.


Ahora mismo, pienso en ellas, en las mujeres que ponen cuerpo y aguja para imaginar futuros posibles desde este caótico presente. Quisiera nombrarlas a todas, pero son (somos) muchas.

Pienso en Chile, sus arpilleras de los años setenta y ochenta y las nuevas piezas textiles que nacieron en el estallido social de 2018. Ellas, las chilenas, abrieron la posibilidad de describir y transmutar realidades dolorosas a través de prácticas textiles en Colombia, en donde las tejedoras de Mampuján y de Sonsón (por mencionar algunas) han dado cuenta de masacres, violencia y de una vida cotidiana trastocada. Todas ellas, nuestro linaje textil de resistencia, nos han contagiado la fiebre textil a las mexicanas como Fuentes Rojas o las Siemprevivas, nos inspiraron a agarrar fuerza para juntarnos y procesar lo doloroso que es ser mujer en este país.


Tejedoras de Mampuján, Colombia.


Tramar desde tiempos textiles nos da la oportunidad de articular sentido a nuestras historias y hacer colchas vitales que nos permitan contar, y tal vez hasta crear, otras historias, múltiples y, ojalá, menos violentas.

 

[1] Pérez-Bustos, T. (2019). ¿Puede el bordado (des)tejer la etnografía?. Disparidades, 74 (1), 2. Recuperado en https://doi.org/10.3989/dra.2019.01.002.04

[2] Koselleck, R. (2002). Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, España: Paidós, p. 36



Daniela Whaley es historiadora, comunicadora, gestora cultural y bordadora. Desde su proyecto Agujas Combativas ha explorado el textil como herramienta de procesamiento de información, trabajando con recabación y visualización de datos mediante procesos pedagógicos y prácticas artísticas.



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