Apenas aparece el sol y por todos lados la gente se desplaza por las calles de la ciudad. Hacia todas partes. Sonidos diferentes, pregones, autos, bocinas, sirenas, gritos. Todos van deprisa. Cada quien metido en su pequeño mundo. Por la misma prisa y el ensimismamiento no escuchamos otros sonidos que también son parte del amanecer. Están allí y merecen nuestra atención, pero son difíciles de percibir si no hacemos una pausa.
Con el calor, cientos de organismos se espabilan también. Con un poco de suerte, aún en ciudades, podemos escuchar a un gallo cantar. Sino, al menos escucharemos cómo no pocas aves saludan el inicio del día. No hace falta siquiera moverse, su música entra por la ventana. Los más afortunados, con un pequeño jardín para polinizadores, pueden atestiguar el despertar de todo un mundo, en el minúsculo territorio de su terraza o patio propio. Un pequeño mundo que devuelve verdor y vida que el concreto ha robado, a quien se abre al mismo y participa con su ambiente, a quien planta la flor adecuada para enriquecer su entorno y, de esta forma , enriquecerse a sí mismo.
Dos mundos, diferentes y parecidos
Observo un jardín para polinizadores a través de mi ventana. Entre sombras, sonidos de diferentes intensidades, unos a veces difíciles de identificar y otros casi imposibles de escuchar, se acercan organismos de diferentes tamaños, formas y colores: se mueven rápidamente. Abejas, abejorros, escarabajos, moscos, mariposas y colibríes . Todos concurren por un mismo propósito: conseguir alimento.
Pero hacen mucho más que alimentarse. Es la maravilla de estos jardines. Esos que allí concurren van en pos de su propia supervivencia , pero facilitan la de los otros. Son tan diferentes de nosotros, los homínidos superiores.
Para ellos alimentarse es algo complejo y sistémico. No se trata de hacer una parada rápida en el puesto de tortas y tacos, o de abrir el refrigerador para conseguir lo anhelado.
También es más peligroso. Su búsqueda es compleja, supone volar y viajar hasta un sitio en donde no hay certeza de alimento disponible: se trata de un viaje de vida o muerte.
Y vivir en una urbe lo dificulta aún más.
¿Cómo te sentirías si mueres de hambre y te encuentras atrapado en el vagón del metro averiado o en la carretera sin alguna tienda a la vista? Así imagino que muchos de estos seres pueden sentirse cuando atraviesan nuestras ciudades, que en algunos casos son verdaderas placas de cemento que representan zonas muertas para los polinizadores.
Sin embargo, las urbes pueden también ser espacios amigables, si se multiplican los jardines polinizadores.
A diferencia de otros jardines, los jardines para polinizadores son sitios en donde se provee de alimento a los polinizadores, a través de néctar y polen que las plantas ofrecen como una recompensa al transporte de sus gametos y lograr su reproducción. Cada uno de ellos representa un oasis, algunos han surgido de manera silvestre en espacios olvidados y sin intervención humana, además suponen un lugar de refugio y descanso para dichos organismos. Para esos seres representan una oportunidad para sobrevivir y, para nosotros, una oportunidad de ampliar nuestra participación positiva en el mundo.
Tal como muchos citadinos, existen organismos residentes que viven en un mismo sitio, definido por el tipo de vegetación, la humedad del ambiente o hasta por la altitud específica.
Hay otros que migran en ciertas temporadas del año, hacia zonas con temperaturas más cálidas y por consecuencia con una mayor oferta de recursos, los migratorios.
Para estos viajeros anuales, cada jardín dentro de la ciudad ofrece una oportunidad de vida, un pequeño respiro que les ayuda a llegar a la siguiente parada o al siguiente día.
No todo es tan sencillo, hay jardines muy bellos y enormes dentro de nuestras ciudades, que aunque sean verdes, carecen de recursos que ofrecer. Entre casuarinas, fornios, durantas, amarantos y céspedes largos y verdes, la oferta de alimento para los polinizadores se reduce a cero. Un estilo de jardinería basada en plantas exóticas y ajenas a nuestros suelos aporta lo mismo que nuestros enormes bloques de cemento.
Faltan las flores que ofrecen recursos, las que otorgan néctar a los polinizadores, las que han mantenido una relación simbiótica de subsistencia desde su creación misma, las plantas nativas. Si bien es cierto algunas pueden parecer bastante alocadas para algunos, ya sea por sus colores o por la forma un tanto desordenada en la que crecen; yo diría que tienen una belleza diferente, la belleza de formar un jardín con la capacidad de albergar vida y diversidad.
En México estamos dando los primeros pasos, cambiando el estilo de jardinería “euromexicana” por la tendencia que define la misma naturaleza.
Adoptar a las plantas nativas, que están adaptadas a las condiciones de cada ambiente y que han evolucionado para interactuar con otras especies locales, es un gran reto.
Adoptar a las plantas nativas, que están adaptadas a las condiciones de cada ambiente y que han evolucionado para interactuar con otras especies locales, es un gran reto. Los viveros están reconociendo una nueva faceta, cediendo ante la necesidad de encontrar estas “nuevas” especies, otras variedades de flores, tal vez pequeñas y menos vistosas, pero que no sólo nos brindan belleza a nuestros ojos sino también la oportunidad de aprender y maravillarnos a partir de este nuevo contacto con plantas y polinizadores.
Así, muchos nos abocamos a la búsqueda de plantas que antes estaban aquí y que ahora debemos localizar para poder devolverlas a donde pertenecen.
Los jardines polinizadores nos permiten comprender que hay mucha más vida de la que conocíamos.
Esa vida retorna si le abres la puerta.
Nos permite comprender que nosotros también somos pasajeros, pero tenemos una gran ventaja. Podemos comprenderlo y procurar que nuestra estancia sea una celebración de la vida, no su contrario.
Con un poco de cuidado. Sin prisa. Abiertos a otras modalidades de la belleza, más discretas, no sólo los estériles jardines ornamentales.
Algunas señales apuntan a que nuestro planeta está cambiando y se está readaptando. Tenemos un deber moral con el planeta, con el suelo que pisamos, con el aire que respiramos. Muchas flores y frutos que disfrutamos y hasta la ropa que vestimos se la debemos a los polinizadores. Abre tu puerta y tus espacios a las plantas nativas.
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